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981. VER CON EL CORAZÓN
Conocí a un empresario del sector de la construcción en las Baleares, muy rico y poderoso. Era un buen hombre que había salido de pobre, trabajando muy duro. En aquella época quería montar una Compañía aérea para dar servicio entre las islas y la península. Me habló de su proyecto y me ofreció participar.
Antes de tomar alguna decisión, le propuse que comentáramos los pros y contras del ambicioso proyecto con un buen amigo, que era el director financiero de una gran Compañía aérea de España. Tras una serie de reuniones, elaboramos un plan de negocio, pero mi amigo el financiero concluyó que el proyecto era descabellado. Además, había que tener en cuenta que muchos otros antes que nosotros habían fracasado. Pronosticó que, con la inversión que pensábamos hacer, si el turismo no decaía esa temporada y el combustible no subía de precio, en nueve meses estaríamos arruinados. En caso contrario, no duraríamos ni cuatro meses.
Yo me retiré pero el obstinado empresario siguió adelante con el proyecto. Montó la infraestructura, alquiló los aviones y en nueve meses tenía todo intervenido, además de la constructora y los bienes personales embargados. No obstante, a pesar de su ruina, parece que este tipo de empresarios tiene siete vidas, por lo que rápidamente se rehizo construyendo en otras zonas de España.
Me pregunté cómo fue posible que un hombre con su madurez empresarial hubiera podido cometer semejante equivocación aún habiéndole advertido. Llegué a la conclusión de que algunos empresarios suponen que el éxito se halla en el fin, cuando lo cierto es que únicamente se halla en el concepto que tengamos de ese fin. Les es difícil desentrañar el significado de las cosas, así como poderlas definir y separar y se contentan con lo que de ellas piensan sin que sea posible otra confortación, cuando en los negocios hay que intentar siempre conseguir la diferenciación verdadera, aunque vaya en perjuicio de la consecución del proyecto o de la propia ambición. El hombre adopta con más facilidad las ideas en las cuales encuentra su gusto, que aquellas que no consiguen tal cosa, aunque por sí mismas sean más fáciles de entender y reporten un beneficio más positivo.
Luego, también está el amor propio que da lugar a infinidad de ridiculeces cuando no se mantiene en los términos justos que a uno le conciernen.
Este empresario se quiso mantener en sus ilusorios sueños de riqueza, como si jamás hubiese anhelado otros, más como un loco que como un sabio. Le bastó con creer que poseía el éxito y que, tal vez, podía compartirlo con más personas, su familia y amigos, ya que es sabido que el goce se duplica cuando se disfruta en compañía. Aquellos aviones suyos volando halagaban de tal forma a sus ojos que, al contemplarlos, su ilusión le hacía encontrar en ellos maravillosos reflejos de éxitos, que no cambiaría por nada del mundo.