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»También, todos conocemos lo importante que es, en el mundo de los negocios, lo que llamamos «buena presencia». A la mujer le preocupa encontrar los medios de agradar a los demás, tenga la edad que tenga. Ningún otro fin tienen nuestros pendientes, collares, pulseras, perfumes, pinturas, peinados, nuestra extensa variedad de trajes. En una palabra, empleamos todas las artes posibles para parecer más bellas, lo seamos por naturaleza o no. El hombre se suele encastrar de por vida en el mismo traje y, como mucho, cambia en contadas ocasiones de reloj (entre mi amigo y yo sumamos un total de cinco trajes y cuatro relojes).
»Además, nosotras poseemos la gracia del cuerpo y las formas, algo que cuidamos con esmero y preferimos a cualquier cosa y cuyos efectos bien sabemos la autoridad que ejercen. Sin embargo, muchos de los hombres, según se van haciendo mayores, adquieren un aspecto desaliñado, se convierten en barrigudos, se quedan calvos y su piel se arruga por la barba. Rápidamente dan aspecto de viejos aún siendo jóvenes (mi amigo y yo nos tocamos la barriga. La mía se mantenía por mi afición a la montaña, pero la de él había adquirido un cierto volumen que unos años antes no tenía).
»Siguiendo con la «buena presencia», la mujer utiliza cremas para mantener su piel fina y prolongar la juventud. Lo habitual en el hombre es tan solo un bálsamo para después del afeitado y no con el fin de tener un aspecto jovial (nos pasamos la mano por la barba comprobando la aspereza de nuestro rostro. La mujer sonrió y continuó implacable).
»A esto hay que contar que la mujer no tolera flaquezas en la vida conyugal y considera la familia como su más sólido fundamento, mientras que muchos hombres sólo tienen en la cabeza el sexo. Por eso, entre ellos, se disculpan las tonterías que cometen por las mujeres, mucho más si interviene en ello el apetito por una mujer guapa.
»Con respecto al amor, el hombre suele perder la cabeza a menudo pero nosotras, aunque subordinemos al amor la mayoría de los intereses, los personales los legitimamos a expensas de perder el amor. Además, renunciar al amor no genera el mismo grado de perturbación en los hombres que en las mujeres. Para los primeros, muchas veces la pareja es una reafirmación de sus intereses sociales y productivos, por lo que la autovaloración cae en picado con la pérdida del amor, mientras que para la mujer actual, muy a menudo, supone la independencia y la autonomía.
»Y por último (¡Dios!, exclamamos, ¿todavía hay más?), a todo lo que os he dicho, hay que unir que la mujer considera que su sabiduría está en el control de su razón y esto sabe que lo consigue con la cabeza y no con el corazón. Intenta dominar desde muy joven los dos tiranos más duros de la vida, que son la ira y la concupiscencia; dos fuerzas gemelas contra las que, muchas veces, el hombre suele languidecer y rendirse su razón.
»Pero, amigos, muchas como yo siempre hemos sabido que lograr el éxito honestamente exige su victoria. Como dijo Calderón de la Barca: «venciste mujer con no dejarte vencer» (la aplaudimos y mi amigo hizo amago de meterse debajo de la mesa).