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989. PUNTOS CARDINALES
En la mitad de mi carrera empresarial, tras una larga reflexión, llegué a cuatro conclusiones que marcaron mi siguiente etapa.
La primera conclusión fue que casi todo era una farsa: el entorno empresarial era como una comedia, en la que unos y otros salían cada mañana disfrazados con diferentes máscaras a representar sus respectivos papeles hasta que, al llegar la tarde y terminado el espectáculo, se retiraban de la escena. Era como una metamorfosis reversible, donde el hombre se convierte en otro para luego volver a ser él. Lo peor era que, una vez metidos en escena, ya nadie se podía quitar la máscara. Si un actor en plena representación se quitase la máscara y mostrara a los espectadores su verdadero rostro, el público perdería el hilo de la comedia y, de forma súbita, quedaría trastornado el orden de las cosas: el que parecía mujer es hombre, el que aparentaba ser joven es viejo, en fin, todo podría quedar reducido a la realidad, casi siempre contraria a las apariencias.
Por esta razón, llegué a la segunda conclusión: la ficción y el engaño eran, precisamente, lo que se imponía y suscitaba la atención de las personas.
Mi experiencia en la vida me había permitido conocer las costumbres efímeras del hombre. Sabía que aquel que se las daba de gran señor podía ser el hombre más ruin y que aquel que lloraba la muerte de su padre rico, en su interior podría estar celebrando el paso a una vida que antes no tuvo. Miraba alrededor y entre mis empleados encontraba que unos, por temor al fracaso, no realizaban ningún hecho relevante; y otros, quizás más insensatos, carentes de vergüenza y miedo al peligro, no retrocedían ante nada. Sin embargo, estos últimos eran los que se enfrentaban a los problemas más arduos para darles solución y, aunque fueran torpes, eran los que más éxito tenían sea cual fuere el procedimiento seguido.
Por esto llegué a la tercera conclusión: la mayor fuerza que tiene el hombre para alcanzar el éxito es no sentir nunca vergüenza ni temor.
Todo me parecía que estaba pro visto de dos rostros que, con las herramientas de marketing adecuadas, lo que hoy era feo mañana sería hermoso; lo que parecía débil se convertía en fuerte; lo triste en alegre; lo perjudicial en saludable… Es decir, daba la sensación de que nada había que no fuese a ver vuelto en lo contrario y esto hacía que el hombre nunca encontrase saciada su ambición.
Producto de las tres conclusiones anteriores, llegué a la cuarta y última que ha sido la que más me ha ayudado en la vida: fue la siguiente: vivo en un mundo caótico y, para sobrevivir, no me queda más remedio que refugiarme en la prudencia, que me ayudará a medir con sentido común el uso de las cosas que hago.