Opentor
conocimiento es poder

1000 claves de éxito en el mundo de la empresa


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Información editorial
Índice de contenidos
Prólogo / Introducción
Índice alfabético
Contraportada

ÍNDICE COMPLETO

Micro índice:

100 Claves básicas

100 Claves básicas para salir de la crisis

1. Los empresarios

Personalidad y carácter
Tipos de empresarios
Vida y familia
Jubilación

2. Las empresas

La gestión
Las ventas
Negociaciones
Fusiones y adquisiciones
Crisis y reestructuraciones

3. Universidades

Universidades con plena facultas

4. El factor humano

Clientes
Proveedores
Empleados
Directivos
Socios y accionistas
Integración empresarial

5. El selectivo reflex 35

Anécdotas empresariales

Sabia pobreza y necia fortuna [3]


Tiré hacia delante y al año y medio había gastado una fortuna en labores comerciales, contactos, patentes, estudios, además del sueldo de mi amigo. También, estaba desatendiendo mi negocio principal, cuya gestión y tesorería ya se resentían. Conseguimos interesar a un grupo inversor del sector de la construcción, pero éste no se decidía a dar el paso. Como no avanzábamos con los inversores, «el sabio» me propuso la separación y, si el grupo finalmente se decidía, entraríamos juntos. Mientras tanto, él intentaría con otros grupos. Accedí de inmediato con el fin de no tener que soportar más cargas financieras. El proyecto finalmente se quedó en el cajón.

A los cinco años volvió a aparecer por mi vida. Me llamó una tarde y me propuso vernos a la mañana siguiente en el parque del Retiro de Madrid para dar un paseo y charlar. Acudí a la cita y le encontré sentado en un banco disfrutando de una soleada mañana de invierno, con el mismo gabán gris de siempre. Me saludó tímidamente e iniciamos el paseo.

Había patentado un sistema de salado y ahumado de jamones y se había asociado a un empresario del sector cárnico. No le iba mal, no ganaba demasiado pero había conseguido estabilizar su economía personal. Me comentó, con ilusión, que ahora su mujer vivía más tranquila. Hablamos con nostalgia del proyecto funerario que continuaba aparcado.

Paseando por el solitario parque, mientras le escuchaba hablar de su vida, me pregunté cómo era posible que a un hombre que, en los últimos quince años, había aportado tantos proyectos geniales al mundo empresarial, no le hubiera sonreído la fortuna, logrando simplemente sobrevivir como cualquier buen profesional a sueldo. Por un momento dejé de escuchar su aguda voz y los ruidos abrumadores de una ciudad siempre en movimiento. Todo se convirtió en silencio sepulcral. Yo acababa de separarme de mi socio por una serie de desavenencias, después de diez años juntos. Le miré y sentí la soledad del empresario, una soledad que nos invadió a los dos. Él era un hombre sabio y la sabiduría hace a los hombres tímidos. La fortuna, sin embargo, prefiere a los audaces.

Tantos negocios por él creados y ahora era un desconocido sin gloria, tal vez más pobre de lo que mostraba, cuando en el mundo empresarial a muchos «mentecatos» les entraba el dinero en sus cuentas a manos llenas y triunfaban a donde quiera que fuesen. Él siempre había tenido miedo a ser extravagante y nunca supo que, en el entorno empresarial, esto era mejor que ser sabio desabrido.

Mi amigo siempre había necesitado la confianza de los hombres de dinero para sus proyectos pero, una vez conseguida, le había sido muy difícil convivir con ellos. Prefería vender su participación a faltar a su palabra; se avergonzaba de ser cogido en una mentira; experimentaba repugnancia ante el hurto o la usura. En cuanto el entusiasmo del principio se convertía en una refinada hipocresía, se retiraba porque no podía practicar ésta, dada su nobleza. Con estos preceptos de la sabiduría tan instalados en su personalidad le era muy difícil lucrarse. Llegué a la conclusión de que, aunque no sepamos verlo, a veces el mejor es el que ocupa la última posición.

Además, siempre ofrecía a sus socios la totalidad de su idea sin guardarse ningún salvoconducto. Era de los que pensaba que es más útil para el hombre ocultar su necedad que ocultar su sabiduría. Es evidente que quien expone un proyecto genial sin sutilezas ni mentiras, parece que está dando pruebas de que vale menos. De todos es sabido que los objetos comunes y corrientes no se estiman, por eso se tiene poco cuidado en guardarlos pero, ¿quién deja en la puerta de la calle dinero y joyas? Está claro que lo que se considera muy valioso se esconde y lo que no, se descuida y no se guarda. Esto es lo que, probablemente, terminaban pensando sus socios inversionistas. Para ellos, pasado un tiempo, sus ideas no eran tan geniales porque si lo hubieran sido, las habría escondido como tesoros. La soberbia nos impide reconocer las virtudes de los demás. Parece que, para vender una idea, hay que ir con el cofre y el candado.

También, donde quiera que se mire, se ven empresarios, políticos, hombres de mundo, grandes y pequeños, todos juntos deshaciéndose por el dinero. Sin embargo, los sabios no aprecian éste con esa tenacidad, por lo que no es de extrañar que los primeros se alejen de ellos.

Tomamos un café y nos despedimos con un entrañable abrazo. Dos años después murió fulminado por un cáncer. Fui a su entierro en un cementerio de Palma de Mallorca que se parecía mucho a los que había diseñado en su proyecto. Sólo asistimos su mujer y yo.