Opentor
conocimiento es poder

La culpa es de la vaca


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Información editorial
Índice de contenidos
Prólogo / Introducción
Contraportada

ÍNDICE COMPLETO

Micro índice:

La culpa es de la vaca
Retrato de un persevera..
Fijar metas altas
Asamblea en la carpinte..
Los cien días del plebeyo
Copos de nieve
El árbol de manzanas
El e-mail
El juicio
El problema

El televisor
La pregunta más import..
La felicidad es el camino
La ranita sorda
La gente que me gusta
El águila que nunca fue
Las metas
Fortunas del campo
Las diferencias
El cometa Halley

Tanto para aprender
Auxilio en la lluvia
Recuerda a quienes sirv..
Los obstáculos en nues..
Matar la creatividad
Dar y perder la vida
Método para achicar la..
El coleccionista de insult..
Los dos halcones
Las tres rejas

La casa imperfecta
El violín de Paganini
Lo tuyo y lo mío
El perrito cojo
El árbol de los problemas
Ascender por resultados
La parábola del caballo
Empuja la vaquita
El regalo furtivo
Veremos

Los tres hermanos
El eco
Sembrar futuro
Quemar las naves
La carreta vacía
La felicidad escondida
La paz perfecta
Imaginar soluciones
Mi mejor amigo
La señora Thompson

Cualquier parecido
El mejor obsequio
El helado de vainilla
Las cicatrices de los clav..
El soldado amigo
La renovación del águila
Mirar los obstáculos
El círculo del odio
Huellas en el corazón
El elefante sumiso

Amor.exe
Armar el mundo
La perfección de Dios
Todos somos águilas
El anca de un caballo ro..
Aprendí y decidí
La marioneta
La mariposa perdida
¿Quién me necesita?
El gusanito

Ganadores y perdedores
Zanahorias, huevos y ca..
Sólo con el tiempo
El círculo del 99
Dar para recibir
El peso del rencor
El mensaje del anillo
Pesimista y optimista
Las cuentas de la vida
Lo que nos aporta Japón

Lista breve
Cómo aprovechar mejo..
Contrato de acción

La perfección de Dios *


En Brooklyn, Nueva York, hay una escuela para niños de lento aprendizaje. Algunos pasan ahí la totalidad de su vida escolar, mientras que otros son enviados a escuelas convencionales. En una cena que tuvo lugar en la escuela, el padre de Shaya, uno de estos niños, dio un discurso que jamás podrían olvidar quienes lo escucharon.

“¿Dónde está la perfección en mi hijo Shaya? Toda la obra de Dios está hecha a la perfección. Pero mi niño no puede entender cosas que otros niños entienden. Mi niño no puede recordar hechos y figuras que otros niños recuerdan. ¿Dónde está, pues, la perfección de Dios?” La audiencia quedó atónita ante esta pregunta, formulada por un hombre que se veía angustiado. “Yo creo —continuó— que cuando Dios permite que vengan al mundo niños así, Su perfección radica en la forma como los demás reaccionan ante ellos”.

Luego contó una historia acerca de su hijo. Una tarde, los dos caminaban por un parque donde un grupo de niños estaba jugando béisbol. “¿Crees que me dejarán jugar?”, preguntó Shaya. Él sabía que su hijo no era para nada un atleta y que los demás no lo querrían en su equipo, pero entendió que le llamaba la atención participar en el juego porque estaba seguro de ser como todos los demás.

El padre llamó a uno de los niños y le preguntó si Shaya podía jugar. Él miró a sus compañeros de equipo y, al no obtener ninguna respuesta, tomó la decisión: “Estamos perdiendo por seis carreras y el juego está en la octava carrera. No veo inconveniente. Creo que puede estar en nuestro equipo, y trataremos de ponerlo al bate en la novena carrera”.

El señor quedó boquiabierto con la respuesta, y Shaya sonrió. Quería que lo pusieran en una base; así dejaría de jugar en corto tiempo, justo al final de la octava carrera. Pero los niños hicieron caso omiso de ello. El juego se estaba poniendo bueno, el equipo de Shaya anotó de nuevo y ahora estaba con dos outs y las bases llenas. El mejor jugador iba corriendo a base, y Shaya estaba preparado para empezar.

¿Dejaría el equipo que Shaya fuera al bate, arriesgando la oportunidad de ganar el juego? Sorpresivamente, Shaya estaba al bate. Todos pensaron que ese era el fin, pues ni siquiera sabía tomarlo. De cualquier forma, cuando Shaya estaba parado en el plato, el pitcher se movió algunos pasos para lanzar la pelota suavemente, de forma que el niño al menos pudiera hacer contacto con ella. Shaya falló. Entonces, uno de sus compañeros de equipo se acercó a él y le ayudó a sostener el bate. El pitcher dio unos pasos y lanzó suavemente. Shaya y su compañero le dieron a la pelota, que regresó inmediatamente a manos del pitcher. Este podía lanzar la pelota a primera base, ponchando a Shaya y sacándolo del juego. En vez de eso, la lanzó lo más lejos que pudo de primera base. Todos empezaron a gritar: "¡Shaya, corre a primera, corre a primera base!" Él nunca había corrido a primera base, pero todos le indicaban hacia dónde debía hacerlo.

Mientras Shaya corría, un jugador del otro equipo tenía ya la bola en sus manos. Podía lanzarla a segunda base, dejando por fuera a Shaya, pero entendió las intenciones del pitcher y la lanzó bien alto, lejos de la segunda base. Todos gritaron: “Corre a segunda, corre a segunda base!” Shaya corrió, y otros niños corrían a su lado y le daban ánimos para continuar.

Cuando Shaya tocó la segunda base, el del otro equipo paró de correr hacia él, le mostró la tercera base y le gritó: “¡Corre a tercera!” Conforme corría a tercera, los niños de los dos equipos iban corriendo junto a él, gritando todos a una sola voz: “¡Shaya, corre a cuarta!” Shaya corrió a cuarta y paró justo en el plato de home, donde los dieciocho niños lo alzaron en hombros y lo hicieron sentir un héroe: había hecho una gran carrera, había ganado el juego por su equipo.

“Aquel día —dijo el padre de Shaya, con lágrimas rodando por sus mejillas—, esos dieciocho niños mostraron con un gran nivel la perfección de Dios”.