Los Mayas

Los orígenes de las dinastías del Petén

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En los últimos tiempos han sido descubiertas inscripciones muy tempranas en sitios como San Bartolo, en el Petén central, al tiempo que han podido comprenderse de mejor manera pasajes glíficos que hablan de eventos fundacionales remotos —en metrópolis tan distantes entre sí como Tikal, Copán y Yaxchilán—, de tal forma que por fin podemos leer en buena medida los nombres de lugares asociados con el origen de la alta cultura maya ch’olana. De entre estos destacaremos aquí cuatro: Maguey-Trono; B’alu’nte’witz (las nueve montañas); Kaanek’witz (‘montaña de la serpienteestrella’) y Pa’chan (‘Cielo Partido’).

Reproducción de los murales de San Bartolo, Muro Oeste. Muestra el advenimiento del sistema de gobierno basado en «reyes divinos» (K’uhul Ajawtaak). En la escena un gobernante recibe el tocado (hu’unaal) de manos de un sacerdote, al tiempo que sostiene la barra ceremonial serpentina. Dibujo de reconstrucción de Heather Hurst, del proyecto arqueológico San Bartolo que dirige William Saturno. Fotografía de John Pittman.

Todos los grandes reinos de la época clásica intentaron vincularse con un pasado mítico y remoto, con un mito de origen y con fundadores dinásticos o héroes culturales. El linaje de la serpiente de los señores de Kaanu’ul no fue la excepción. El más poderoso de sus grandes reyes fue Yuhkno’m el Grande, quien gobernó entre el 636 y el 686. Aún él clamaba su descendencia a partir de un linaje originario del sitio de Maguey-Trono: una fina vasija para tomar exquisito cacao fermentado, preservada en el Museo de Schaffhausen, en Suiza, contiene el único retrato bien preservado de Yuhkno’m el Grande, plasmado dentro de un signo jeroglífico de ‘día’, a fin de evocar connotaciones ancestrales que veían al gobernante por encima de las leyes del tiempo y el cosmos que regían la vida de los mortales bajo su divina protección. Aparece allí magnánimo, con la banda de papel de corteza, símbolo del poder real, fuertemente ceñida a la frente. Una enorme cabeza de jaguar de lirio acuático adorna su tocado. Más importante ahora es que reparemos en los glifos que adornan la tapa de esta pieza, en las cuales Yuhkno’m el Grande se declara como una «persona de Maguey-Trono», y posteriormente como una «persona de la Casa del Origen Dinástico» (Wite’naah).

¿Existió en verdad el mítico sitio de Maguey-Trono? De ser así ¿dónde podríamos buscarlo? Hemos visto que los más poderosos reyes posteriores de Calakmul le relacionan con el origen ancestral de su dinastía, sin embargo, resulta desconcertante que los orígenes de su linaje, representado por el inconfundible glifo emblema de la cabeza de serpiente, no parecen estar en Calakmul. Si nos trasladamos cuarenta kilómetros al sur de allí, encontraremos la cuenca de El Mirador, donde Richard Hansen y Stanley Guenter creen haber detectado la existencia de los emblemas más antiguos de la cabeza de serpiente, en el barrio de La Muerta y en el sitio de Tintal, aunque se necesitan más evidencias antes de poder vincular con certeza a los reyes preclásicos de El Mirador con el ilustre linaje de Yuhkno’m el Grande en Calakmul. En este sentido, ciertas etapas constructivas de la arquitectura de Calakmul son contemporáneas a las de El Mirador. Se ha planteado que existió un antiguo camino blanco o calzada (sakb’ih) que conectaba ambos centros, aunque los arqueólogos no han podido confirmarlo todavía. Recientemente, el experto esloveno Iván Šprajc ha mostrado que la orientación de la gigantesca Estructura 2 de Calakmul parece apuntar en cierta forma hacia el emplazamiento de la todavía mayor pirámide de La Danta, en el Mirador. De ser así, la teoría de vínculos ancestrales entre estas megalópolis ganaría sustento. También reforzaría la noción de que el mítico lugar de Maguey-Trono —como origen de la dinastía de Kaanu’ul— haya podido corresponder a la cuenca de El Mirador. Tal cuestión resulta de vital importancia en los estudios mayas, puesto que pronto veremos cómo otras dinastías también refirieron a Maguey-Trono como su lugar de origen. Poder identificarlo con El Mirador o cualquier otro sitio representaría descubrir por fin uno de los lugares concretos desde donde emanó el nuevo sistema de gobierno de los «reyes divinos», es decir, los fundamentos mismos del poder que habrían de permear la época clásica.

Aún si concedemos que el legendario sitio de Maguey-Trono pudo tener su sede en El Mirador, ¿qué ocurrió entonces con los antiguos reyes que allí gobernaron, tras el colapso y el abandono de su gran capital? Sorprendentemente, una escalinata jeroglífica descubierta en el sitio de El Resbalón —en el estado mexicano de Quintana Roo— registra una fecha que se remonta hasta la antigüedad Preclásica de El Mirador: 337 a. C. De acuerdo con el experto alemán Nikolai Grube, la misma inscripción menciona a un gobernante del linaje de la serpiente (Kaanu’ul), quien nos resulta enteramente desconocido en otros contextos. Sin embargo, resulta claro que la fecha es retrospectiva, pues la escalinata en cuestión fue construida muchos siglos después y parece datar de la época de ‘Testigo del Cielo’ (Yuhkno’m Uhut Chan) —a quien conocemos por orquestar ataques contra Palenque, Tikal y Naranjo, entre otros centros— en algún momento de su reinado, hacia fines del Clásico temprano (entre el 561 y el 572). El mismo nombre fue identificado recientemente trece kilómetros al sur, en el sitio de Polbox. Sin embargo, ¿en cuál de estos lugares tuvo entonces su capital Testigo del Cielo? Un equipo dirigido por el arqueólogo mexicano Enrique Nalda podría haber encontrado la respuesta en el cercano centro de Dzibanché. Allí, en el llamado Templo de los Cormoranes, fue encontrada una tumba que bien podría contener los restos óseos de Testigo del Cielo, pues junto a su pelvis fue hallado un punzón de hueso para el autosacrificio ritual, el cual contiene el nombre jeroglífico de Yuhkno’m Uhut Chan. Este ha sido el último de una cadena de hallazgos que confirman la presencia de la dinastía Kaanu’ul de la cabeza de serpiente en la región de Quintana Roo durante el Clásico temprano.

Algún tiempo atrás se había detectado que un rey de finales del siglo V, llamado Yuhkno’m Ch’e’n I —de nombre idéntico al del temible Yuhkno’m el Grande o Yuhkno’m Ch’e’n II— aparecía mencionado en Dzibanché, a través de una serie de escalones jeroglíficos repletos de imágenes de cautivos, esculpidos como registro de sus exitosas campañas militares. Asimismo, un espejo de pizarra en forma de disco, descubierto en este mismo lugar, contiene el nombre de Yax Yopaat, quien gobernó entre el 572 y el 579. De esta forma, la gran mayoría de los gobernantes de Kaanu’ul del Clásico temprano parecen haber gobernado en una región delimitada por El Resbalón, Dzibanché y Polbox, en Quintana Roo. El intervalo de sus reinados abarca desde aproximadamente el 490 al 579, y por extensión, todo indica que debió englobar también al gobernante K’altuun Hix (520-546 d. C.).

Ahora bien, si la dinastía de Kaanu’ul no estuvo en Calakmul durante el Clásico temprano, sino en Quintana Roo, cabría preguntarnos ¿quiénes controlaban Calakmul en aquel momento? La respuesta aparece en dos monumentos tempranos allí descubiertos. La Estela 114 registra el nombre de un rey llamado Chan Yopaat, perteneciente a un enigmático linaje de «Murciélago», quien se entronizó hacia el 411 en algún otro sitio de la región, tras lo cual celebro su vigésimo aniversario (o primer período de K’atun) en el poder, en el 431. Interesantemente, Chan Yopaat no parece haber gobernado desde Calakmul, sino en una capital superior en jerarquía, pues un segundo personaje asume el poder en Calakmul para el 431, referido simplemente como un señor de Chihk Naahb’ (nombre antiguo del sitio). Las últimas investigaciones de Nikolai Grube revelan que, durante el Clásico temprano, este poco entendido linaje de «Murciélago» pudo haber tenido su capital en Uxul, un yacimiento relativamente importante a unos treinta kilómetros al sur de Calakmul, en la región fronteriza que divide México y Guatemala.

La siguiente referencia fechable aparece en la Estela 43 de Calakmul, con fecha del año 514. Fue erigida por un gobernante que ostenta el título de «persona divina de Chatahn» (k’uhul Chatahn winik). Los portadores de este título parecen asumirse como los herederos de una gran tradición preclásica, que algunos creen emanada directamente de la cuenca de El Mirador, y que también muestra ciertas asociaciones con el mítico lugar de Maguey-Trono. Lo cierto es que no sólo reyes, sino algunos de los más grandes artistas del mundo maya usaron Chatahn en sus títulos de origen. La presencia de esta dinastía en Calakmul durante el Clásico temprano se ve confirmada en excavaciones recientes desarrolladas por Ramón Carrasco y su equipo, en el interior de la Estructura XX, donde fue descubierta una magnífica banqueta con pintura mural, comisionada por otra «persona divina de Chatahn», en una fecha quizá cercana al 514. Interesantemente, el gobernante mencionado parece también subordinado a otro de mayor poderío político, referido como el Kalo’mte’ (o líder hegemónico) de «Tres Piedras» (Uxte’tuun), que, al igual que Chihk Naahb’, funcionó como uno de los nombres antiguos del sitio donde se yergue esta metrópolis, más de mil quinientos años antes de que fuera bautizada como Calakmul —que significa ‘dos montículos juntos’— por el biólogo Cyrus L. Lundell en 1931.

Hasta aquí hemos visto cómo Maguey-Trono parece conectarse de algún modo con la región en donde se irguieron grandes capitales preclásicas como Nakbé y El Mirador, y los reyes de Kaanu’ul lo concibieron como el lugar de origen de su poderosa dinastía. Sin embargo, resulta claro que su importancia rebasó con mucho tal región. Este nombre podría contener entre sus componentes el término chih, que significa ‘agave’ (planta de maguey) o bien la bebida fermentada que de allí se extraía, llamada pulque. Su consumo estuvo —y aún está— muy difundido en México central, aunque también se han descubierto numerosas vasijas mayas elaboradas ex profeso para su ingestión. Inclusive en el sitio de El Zotz’, trabajos recientes de la Universidad de Brown han detectado restos que bien podrían ser de pulque en una vasija que forma parte de las ofrendas de una ostentosa tumba real que data del siglo IV d. C.

En el capítulo anterior mencionamos una inscripción de la distante ciudad de Copán, con fecha de 8.6.0.0.0 10 Ajaw 13 Ch’en (18 de diciembre de 159), que registra la celebración de un final de período en la ciudad de Maguey-Trono por el héroe cultural Ajaw Foliado. Ahora añadiremos que el mismo personaje es referido en idéntica fecha, incluso el mismo día, en Pusilhá (Belice), ciento cincuenta kilómetros al norte de allí. Doscientos ocho días más tarde parece tener lugar la fundación de Copán, presumiblemente ligada de alguna forma a este personaje. ¿Estamos ante un hombre de carne y hueso, o será mejor entenderlo como una figura legendaria? En el primer caso, Ajaw Foliado simplemente representaría un concepto de suprema autoridad, evocado por muy distintos gobernantes en el tiempo. De concederle lo segundo, no tendríamos que preocuparnos más por su aparente don de la ubicuidad, ni tampoco por su propensión a «reaparecer» siglos después en regiones distantes. A través de Mesoamérica aparecerían otros héroes culturales. La Serpiente Emplumada, Ketzalkōatl, K’uk’ulkáan, Q’uq’umatz y Nakxit son tan sólo algunos de sus nombres, aunque la tradición escrita sobre Ajaw Foliado es la más antigua que conocemos por mucho. Inclusive en Tikal, las estelas 29 y 31 brindan referencias sobre un Ajaw Foliado ‘Jaguar’, quien quizá gobernó esta gran metrópoli en algún momento previo —o en torno— al año 292. Su influencia debió ser considerable, pues su nombre aparece escrito también en un pendiente de jade descubierto en Costa Rica, aunque sin duda se trata de material importado desde el Petén —quizás del propio Tikal—. También es posible que Ajaw Foliado ‘Jaguar’ guarde relación con un personaje retratado en relieve completo en un monumento de Salinas de los Nueve Cerros, en la distante Alta Verapaz, en Guatemala. Posteriormente, hemos visto que la figura —o al menos el nombre— de Ajaw Foliado reaparece en el cráneo de pecarí labrado descubierto en la Tumba 1 de Copán, esta vez supervisando un ritual de «atadura de piedra» (k’altuun) en 376, transfiriendo con ello ecos del poder dinástico derivados de Maguey-Trono a esta ciudad. Significativamente, este objeto extraordinario pudo pertenecer a una «persona divina de Chatahn», evocando de nuevo inquietantes vínculos con la cuenca de El Mirador, situada a más de trescientos treinta kilómetros de allí.

Regresando a la inscripción de Copán del año 159, además de mencionar a Ajaw Foliado, intervienen en estos eventos fundacionales otros cuatro personajes aún más enigmáticos, llamados chante’ ch’oktaak, es decir, los ‘cuatro jóvenes’ —quienes posiblemente personificaban a cada uno de los cuatro días en que podía caer el año nuevo maya—. De una manera que despierta nuestro interés, son asociados allí con otro lugar mítico de origen: ‘las nueve montañas’ (B’alu’nte’witz). Este lugar ancestral tiene algo en común con la mítica Troya de Schliemann, pues ninguno carece de una contraparte en el mundo de los hechos históricos, susceptible de ser escudriñados por los arqueólogos. Así, han sido detectados yacimientos arqueológicos en las Salinas de los Nueve Cerros, en Guatemala, en las cercanías del río Chixoy, unos sesenta kilómetros al sur del sitio de Altar de Sacrificios. Es en torno a esta región que parecen tener su génesis ciertos mitos fundacionales de otro importante grupo étnico maya: los itzáes. Usualmente se les reconoce como los artífices de las majestuosas construcciones de su gran capital tardía de Chichén Itzá, en Yucatán —del mayayukateko uchi’ch’e’enitza’, literalmente ‘ciudad de los itzáes’, en lugar de ‘la boca del pozo de los brujos del agua’, como comúnmente se asume—. De hecho, el clérigo y cronista del siglo XVI, el español fray Diego de Landa, nos refiere que entre los itzáes que poblaron Chichén Itzá reinó un gran señor llamado K’uk’ulkáan (Serpiente Emplumada). Paradójicamente, hoy sabemos que no debemos buscar el origen de este pueblo entre las vastas planicies de Yucatán, sino tal vez en las zonas de ríos y montañas ubicadas más de quinientos sesenta kilómetros al sur de Chichén Itzá. Aunque seguir la pista a los mitos de fundación itzáes no es tarea sencilla, pues las referencias más antiguas no aparecen escritas en las elegantes letras latinas de los documentos del período colonial, sino en ornamentados jeroglíficos pétreos, esculpidos muchos siglos antes de que Europa sospechase siquiera de la existencia de América.

Podemos detectar la presencia de poblaciones itzáes por los nombres y títulos que usaban sus grandes reyes. De la misma forma en que el célebre Don Quijote proclamaba a los cuatro vientos su origen manchego, los reyes itzáes gustaban sobremanera de llevar en el apellido su lugar de origen, la mítica montaña de Serpiente-Estrella o Kaanek’. Así, una magnífica vasija del período Clásico temprano (250-600 d. C.), que puede admirarse actualmente en el Museo Etnológico de Berlín, retrata el funeral de un gobernante maya, en una escena plasmada con incomparable maestría. La figura central yace ricamente enjoyada y amortajada. Gracias al texto contenido en sus soportes, sabemos que su dueño original fue el hijo de un gobernante itza’. Si bien se desconoce el lugar de origen exacto de esta pieza, debió proceder de un área ubicada entre Altar de Sacrificios e Itzán (en el sur de Guatemala) y Motul de San José e Itsimté-Sakluk, en el corazón del Petén. Dentro de este territorio donde aparecen las primeras menciones a individuos que portan apellidos Kaanek’, o bien, el título de «señor de los itzáes», siglos antes de que tales referencias se desplacen hacia la península de Yucatán.

La primera aparición de un personaje itzá en el norte del área maya ocurre hacia el 650 d. C. en Campeche. Un monumento del importante sitio de Edzná menciona a una señora de origen extranjero llamada Jut Kaanek’, quien al parecer llegó allí desde el lejano sitio de Itzán, en el Petexbatún guatemalteco, trescientos cuarenta kilómetros al sur de Edzná. Más de un siglo después, un personaje llamado Chak Jutuuw Kaanek’ juega un papel importante en la fundación de Ek’ Balam, en Yucatán, hacia el 770 d. C. Finalmente, personajes itzáes son mencionados en Chichén Itzá hacia el año 880. Existen referencias posteriores, aunque ya no en los jeroglíficos del mundo precolombino, sino en los caracteres alfabéticos de las fuentes coloniales y etnohistóricas, tras el primer contacto de las antiguas civilizaciones de América y las de Europa.

Nuestra búsqueda de los orígenes de las grandes dinastías del Clásico temprano continúa con Cielo Partido (Pa’chan). A diferencia de las anteriores, no se trata de un nombre de lugar —o topónimo— sino de un glifo emblema particular. Como hemos mencionado antes, los glifos emblema son los títulos empleados por los reyes antiguos de unos setenta centros urbanos o políticos, los más importantes que conocemos. Se valían de ellos para denotar su rango como los máximos exponentes —los líderes— de las dinastías que controlaban estos centros. Descubiertos por Heinrich Berlin desde fines de los años cincuenta del siglo XX, todavía bastante tiempo después se creía que cada glifo emblema estaba inexorablemente ligado con una ciudad particular a lo largo de su historia. Sin embargo, hoy sabemos que, bajo la presión de ciertas coyunturas sociopolíticas, una dinastía podía migrar para establecer su sede en otra capital, dividirse —o escindirse— y aparecer en dos o más ciudades a la vez, o bien unirse y entablar alianzas con otras dinastías para formar sistemas políticos de mayor envergadura.

El emblema de Cielo Partido es bastante habitual en el mundo maya. La secuencia Pa’chan ajaw (‘Señor de Cielo Partido’) bien podría aparecer por primera vez en los murales de San Bartolo, en el corazón del Petén guatemalteco, descubiertos por William Saturno y su equipo, en una época que podría remontarse hasta el 300 a. C. Siglos después, ya en el Clásico temprano que nos ocupa, el experto Stephen Houston de la Universidad de Brown logra detectarlo nuevamente en el Petén, aunque esta vez dentro del sitio de El Zotz’, apenas veintitrés kilómetros al noroeste de la gran ciudad de Tikal. Allí aparece asociado al nombre de un gobernante llamado quizá Chak Ch’amaak (‘Zorro Rojo’), quien ostentó los títulos de «Señor Divino de Kaaj» y «Señor Divino de Cielo Partido». Esta referencia data del siglo IV, la misma época en que hicieron su arribo poderosos extranjeros procedentes del México central, quienes habrían de imponer un nuevo orden en las tierras bajas, según veremos enseguida. En este sentido, El Zotz’ parece haber tenido vínculos con el cercano sitio de Bejucal, donde quedó registrada la llegada de contingentes de Teotihuacán. Menos clara resulta la relación de El Zotz’ con Uaxactún, aunque una inscripción de este último sitio registra un ritual donde alguien «ascendió» a Cielo Partido, fórmula retórica que casi siempre implica a un gobernante local vinculándose con un sitio foráneo.

Sin embargo, la inmensa mayoría de casos que involucran el emblema de Cielo Partido no ocurren en ninguno de los sitios anteriores, sino ciento veinticinco kilómetros al oeste, en la ciudad de Yaxchilán. Descubierta en 1882 por el célebre explorador británico Alfred Percival Maudslay, se levanta majestuosa sobre un emplazamiento estratégico a orillas del río Usumacinta, frontera natural entre México y Guatemala. Los textos de Yaxchilán parecen preservar la memoria de sus orígenes dinásticos en el Petén, ya que hacen referencia a un fundador dinástico llamado Yopaat B’ahlam ‘Jaguar del Trueno’, quien fue el líder de Cielo Partido hacia el año de 359, aunque ignoramos si para entonces su rama particular aún se encontraba en el Petén —en la región de El Zotz’— o bien ya se había establecido en Yaxchilán. Uno de los dinteles magníficamente grabados de este último sitio nos da una pista adicional sobre su origen, pues Yopaat B’ahlam es mencionado allí en forma retrospectiva como el «señor del linaje de Maguey-Trono, el Señor Divino de Kaaj, el Señor divino de Cielo Partido». Yopaat B’ahlam pertenece a una tradición de nombres (onomástica) que continuó en uso en la cuenca de El Mirador hasta fines del Clásico tardío. Obsérvese que sus dos últimos títulos coinciden perfectamente con los del gobernante Chak Ch’amaak de El Zotz’.

Casos como el anterior ilustran perfectamente cómo los mitos fundacionales aparecen con frecuencia entremezclados. Para el investigador resulta fascinante valerse de los jeroglíficos para seguir la pista a uno de ellos (Maguey-Trono) hasta el punto en que converge con otro (Cielo Partido). Así, las poderosas dinastías de los «señores divinos» que ejercían el control real sobre las principales capitales del mundo maya se valían de los mitos de origen para derivar su legitimidad y consolidar así su poderío. La forma en que estas narrativas míticas se combinaban con la historia verdadera no parece muy distinta a la de las epopeyas del Viejo Mundo, como la fundación de la actual Italia por el héroe Eneas, portador de la espada sagrada, símbolo de la cadena dinástica de los reyes de Troya.

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