Los Mayas

Las tierras bajas del norte

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Hemos pasado revista a parte de lo que ocurrió conforme la influencia de Teotihuacán se fue extendiendo desde el Petén y el Usumacinta hacia el sur de las tierras bajas. En dirección este, la expansión teotihuacana continuó hacia Yaxhá y La Sufricaya, tras lo cual debió desviarse o ramificarse hacia el norte a fin de alcanzar Río Azul. Desde allí, no les sería muy difícil continuar extendiéndose península arriba, dejando huellas de su paso en sitios cercanos a las costas del Caribe, en el actual estado mexicano de Quintana Roo, aunque también en sitios península adentro, en el estado de Yucatán, según veremos más adelante. Uno de ellos fue Dzibanché, donde el equipo de Enrique Nalda detectó un extraordinario relieve en estuco, que muestra un jaguar sobrenatural con tocado de plumas, que empuña con sus garras dos grandes antorchas cruzadas, símbolos de la Casa del Origen Dinástico (Wite’naah). Muy cerca de allí está el yacimiento arqueológico de Kohunlich, donde también se han detectado influencias de Teotihuacán en la decoración de algunos edificios. Otro de estos sitios pudo ser la inmensa metrópoli de Cobá, al norte de la Península, donde se han descubierto vestigios como una plataforma estilo talud-tablero y, de forma quizá más explícita, una escultura en forma de panel que data del Clásico temprano, y muestra un cautivo al lado del signo teotihuacano del trapecio y el rayo. Cuarenta y cinco kilómetros al este de Cobá se llega a las paradisíacas costas del Caribe mexicano, con sus aguas de tonalidades azul turquesa encendidas —un color que los mayas llamaban yax—. Allí se encuentra el sitio de Xel-Há, junto a laguna rodeada de manglares, donde Teotihuacán dejó huellas de su paso en una magnífica estructura abovedada conocida como «Casa de los Pájaros». En su interior se conserva todavía una pintura mural que alberga similitudes con las de Teotihuacán.
Más hacia el interior y el occidente de Yucatán, resulta evidente que Teotihuacán ejerció una influencia significativa en sitios del noroeste de Campeche y Yucatán —en la llamada región Puuc— como Oxkintok, Uayalceh Yaxcopoil, Dzibilchaltún, Acanceh, Ti-ho, Ixil, Chac II y también en Edzná. Tan sólo veinte kilómetros al sureste de la actual ciudad de Mérida se encuentra el yacimiento de Acanceh, con sus cuatro kilómetros cuadrados y más de cuatrocientos edificios, de los cuales destaca el Palacio de los Estucos, cuya fachada norte está adornada por un inmenso friso de estuco que desde los albores del siglo XX llamó la atención del gran mesoamericanista alemán Eduard Seler. El motivo es simple: su extraordinaria semejanza con el arte de Teotihuacán. Muestra representaciones muy poco comunes de animales fantásticos, cada uno dentro de un elemento geométrico escalonado —convención con que se indicaba la boca de una cueva—. La paleta de colores escogida es reminiscente de otros murales claramente influenciados por los de Teotihuacán, como los descubiertos en Monte Albán, Oaxaca o los de Uaxactún, en el Petén. Al examinar con cuidado los animales representados en Acanceh, nos percatamos de que no sólo exhiben ciertos motivos tomados directamente del arte de Teotihuacán sino que la escena está marcada por una sucesión de inconfundibles glifos toponímicos de Puh, cuya función sin duda es la de indicar dónde se desarrolla la escena. Como hemos visto, Puh es el nombre que daban los mayas antiguamente a Teotihuacán y equivale al término nawatl Tulan. Más aún, se trata del mismo signo que los propios teotihuacanos usaron para referirse a su ciudad en el Pórtico 2 de Tepantitla. En su conjunto, el friso de Acanceh nos deja la impresión de que los antiguos reyes que allí habitaron y sus familiares gustaban de recrear su mirada con motivos que probablemente les recordaban la lejana ciudad del México central que alguna vez visitaron, o tal vez incluso donde alguna vez vivieron.
Cincuenta y siete kilómetros al suroeste de Acanceh se yergue el mucho mayor centro de Oxkintok, el cual experimentó un período de intensa actividad constructiva entre el 500 y el 600 d. C., y es aquí cuando las características relacionadas con Teotihuacán se tornan más aparentes —aunque las fechas jeroglíficas asociadas a este fenómeno se remontan hasta el año 475—. Los entierros que se han excavado en Oxkintok revelan objetos cerámicos de claro estilo teotihuacano —como vasijas cilíndricas con soportes trípodes, candeleros y floreros—, encontrados además dentro o en las inmediaciones de edificios repletos de arquitectura talud-tablero. Un poco más al norte de Oxkintok está Chunchucmil, donde también se ha encontrado —en el grupo Lool— un edificio de estilo taludtablero, dentro del cual fue recuperada una vasija cilíndrica estilo teotihuacano. También en sitios como Sayil y Chac hay fuertes evidencias de este fenómeno. Trabajos arqueológicos en este último sitio revelan que la presencia teotihuacana se refleja de forma evidente en la arquitectura, las orientaciones de los edificios, la cerámica y los entierros. La evidencia indica que pudo haber élites teotihuacanas viviendo allí, aunque también, significativamente, pudo haber personajes foráneos de rango intermedio, posiblemente militares o comerciantes. Asimismo en la acrópolis central de Chac fue descubierta una laja de piedra con una escena narrativa sobre un posible evento de «llegada» que se ha comparado con los de Tikal y de La Sufricaya. Las evidencias sobre la influencia teotihuacana en la península de Yucatán comienzan a cobrar tal magnitud que han llevado a algunos investigadores a plantear la existencia de una ruta adicional que Teotihuacán debió seguir en su avance por las costas del golfo de México, la cual los habría llevado desde la región de Laguna de Términos en Campeche hacia Champotón, desde donde les habría sido posible internarse hacia el Puuc —tal vez a través de sitios como Edzná— lo suficiente para fundar enclaves estratégicos en sitios como Chac. Una vez que adquirieron el control suficiente del Puuc, les habría resultado sencillo seguir avanzando hacia el norte, hasta alcanzar Oxkintok y Chunchucmil.

Una sucesión de fantásticas criaturas posadas sobre montañas trifoliadas dan vida a la geografía mítica plasmada en el Friso de Acanceh, Yucatán. Entre cada montaña alterna el jeroglífico de Puh o Tulan (ver detalle del signo a la izquierda) Dibujos tomados de la obra de Eduard Seler 1902-23, V: 400.

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