Los Mayas

Grupos étnicos y lenguas mayas

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La palabra maya es usada con mucha frecuencia, y en ocasiones en forma harto indiscriminada e indistinta. Ante la gran confusión que existe al respecto, vamos a echar mano de la etnohistoria y de la lingüística a fin de penetrar en el significado de los conceptos que subyacen bajo el término maya. Hablar de mayas en la antigüedad —o inclusive hoy en día— requiere ser clarificado y entendido. Generalmente, cuando usamos este término pretendemos referirnos a un determinado grupo étnico, que suponemos esencialmente el mismo, ya sea ahora o en el período Clásico. Sin embargo, la realidad no es tan simple.

Hernán Cortés (1485-1547). Nacido en la localidad española de Medellín, en Badajoz. Artífice de la conquista de México-Tenochtitlan en 1521. Fue el más célebre de todos los conquistadores llegados al Nuevo Mundo. Grabado de W. Holl.

Cuando los primeros conquistadores españoles encabezados por Hernán Cortés arribaron a lo que hoy es la península de Yucatán en 1519, lejos de vérselas contra un imperio maya conformado por un único grupo étnico, hallaron una región fuertemente dividida en múltiples provincias y controlada por una serie de cacicazgos antagónicos. No existían ya las grandes ciudades de antaño, pues una de las últimas —Mayapán— había sido abandonada un siglo atrás. Las poblaciones que controlaban la costa tenían mayor poderío con respecto a las del interior. Por ello, generalmente se atribuye a los grupos costeros —como los de Chawakha’ y Chik’incheel— un mayor desarrollo cultural, mientras que los grupos del interior —como los kupul y kochuwáaj— fueron referidos por los primeros con el apelativo de aj-màayao’ob’ (‘los mayas’).

Dentro de la península de Yucatán, la lengua dominante durante el siglo XVI fue sin duda el mayayukateko, llamado entonces màayat’àan (‘lengua maya’), aunque este vasto territorio fue en realidad una amalgama, a través de la cual podían hallarse, por un lado, hablantes de varias otras lenguas y dialectos entendidos hoy como pertenecientes a la familia maya (itzaj, mopán, chol, chontal, etc.), y por otro, hablantes de otras lenguas de familias ajenas a la maya (nawa, caribe, mije-sokeano, xinka, etc.), por lo cual, los españoles requirieron el auxilio de varios intérpretes a fin de hacerse entender: la más célebre fue la llamada popularmente la Malinche. Desde el punto de vista pragmático que domina todo quehacer militar, resulta entendible que Cortés y sus hombres buscaran simplificar la diversidad étnica de los antiguos pobladores de la península de Yucatán bajo el término generalizante de mayas. El problema es que el uso de tal término eventualmente habría de extenderse bastante más allá de la península de Yucatán, ya que desde mediados del siglo XVIII empezaría a asociarse con los numerosos vestigios de civilizaciones extintas que comenzaban a hallarse por doquier en toda la porción suroriental de Mesoamérica.

En 1884, el etnólogo y lingüista suizo Otto Stoll quiso determinar la familia lingüística a la cual pertenecía el mayayukateko, lo cual le llevó a identificar aproximadamente veintinueve lenguas indígenas que consideró emparentadas con esta —distribuidas a través de México, Guatemala, Belice y Honduras—. Si bien su identificación resultaría esencialmente correcta a la postre, el que haya denominado a todas estas lenguas como mayas acabó por dar un excesivo énfasis a una sola de ellas —quizá a expensas de reconocer la importancia de otras—. De esta forma, los habitantes de muy numerosas comunidades donde el término maya resultaba enteramente desconocido comenzaron a ser identificados por los antropólogos como maya-k’iche’s, maya-chontales, maya-ch’oles, mayakaqchikéeles, maya-tojolab’ales, maya-tzeltales y así sucesivamente.

Si bien resulta dudoso que los antiguos pobladores de las grandes ciudades clásicas de las tierras bajas se hayan concebido a sí mismos como mayas, ello no excluye la posibilidad de que hayan usado otros términos o conceptos étnicos para aludir a su identidad común, así como para diferenciarse de grupos pertenecientes a otras familias étnicas y lingüísticas de Mesoamérica. Entre estos últimos estuvieron los mije-sokeanos, zapotecos, xinkas, lencas y caribes. De acuerdo con lo que sabemos hoy, el término maya pudo aparecer por primera vez entre los siglos VIII y IX d. C., con la llegada de los conquistadores itzáes a lo que hoy es el norte de Yucatán, procedentes de las tierras bajas del sur y del Petén. Si bien la lengua de los itzáes (posiblemente ch’olana oriental) guardaba cierto grado de similitud con la lengua de los habitantes de Yucatán (el yukatekano), los segundos llamaron a los invasores aj-nu’uno’ob’, es decir, los hombres ‘mudos’, y del ‘hablar entrecortado’. En sentido inverso, los itzáes quizá fueron los primeros en denominar a los habitantes de Yucatán aj-may o bien aj-màaya’ . De hecho, un título may fue escrito hacia fines del siglo IX en Chichén Itzá. Ahora bien, ¿qué podrían haber significado ambos términos dentro de aquel contexto?

La pregunta no es fácil de responder, pues may fue el nombre colonial de un ciclo calendárico de trece k’atunes (también conocido como «la rueda de los k’atunes»). Si cada k’atun equivale a veinte tunes o años de duración ligeramente menor a los nuestros (de trescientos sesenta días cada uno), entonces el ciclo calendárico del may podría expresarse matemáticamente como 13 x 20 x 360 días, equivalentes a prácticamente doscientos cincuenta y seis años en nuestro calendario. A partir de ello, se ha buscado explicar que el término maya pudo aludir a la gente que empleó este ciclo para regir su vida agrícola y social, aunque tal hipótesis resulta aún controvertida.

Quizá la verdadera explicación sea más simple, y entonces el término maya derivaría en última instancia de los antiguos habitantes de la caída ciudad de Mayapán o, alternativamente, de un grupo étnico conformado por hablantes del màayat’àan. Como quiera que haya sido, hoy día es correcto considerar que los mayas de la antigüedad —y al menos treinta grupos étnicos actuales— pertenecen a esta misma familia lingüística, y resulta por lo tanto correcto llamarlos mayas, debido a esta característica compartida de su historia, sin por ello dejar de reconocer su extremada diversidad.

Hoy en día, se calcula que existen aproximadamente seis millones de personas capaces de hablar alguna de las treinta distintas lenguas mayas sobrevivientes, aunque sabemos de al menos dos extintas (kab’il y ch’olti’). Su distribución geográfica presenta marcados solapamientos con la ubicación de las ruinas donde los arqueólogos han creído ver rasgos culturales distintivamente mayas. Así, grupos hablantes de lenguas mayas viven hoy en los estados mexicanos de Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo; se los encuentra asimismo en la mayor parte de Guatemala. En menor medida, habitan partes de Belice, Honduras y El Salvador.

Árbol genealógico de las lenguas de la familia maya a través del tiempo. Las (x) indican lenguas extintas. Diagrama del autor.

Respecto a la historia de las lenguas mayas, la forma más sencilla en que podemos abordarla es recurriendo al «árbol genealógico» del diagrama anterior. Así, el tronco del árbol corresponde a la hipotética lengua ancestral a partir de la cual todas las demás se originaron (llamada protomaya). Una de las principales causas responsables de ocasionar la diversificación de los grupos protomayas pudo ser su migración hacia distintas regiones de Mesoamérica. Al irse estableciendo en nuevos entornos, habrían comenzado a expandir su población, lo cual se reflejaría en nuevas ramificaciones en leguas regionales y variantes locales (dialectos). De tal forma, el protomaya se dividió inicialmente en tres grandes ramas: la wastekana, la yukatekana y la rama del sur, siendo esta última la de mayor complejidad, debido quizá a la tremenda variación geográfica existente en las regiones donde se distribuyeron —y distribuyen aún— las lenguas que la integraron. A la inversa, la mayor homogeneidad de la península de Yucatán pudo influir en la menor diversificación de la rama yukatekana.

En una segunda fase, la gran rama del sur se partiría en tres grupos: gran mameano, gran qanjob’alano y tzeltalano-ch’olano. De especial interés para nosotros es el último de ellos, pues la gente ligada a él desarrollaría eventualmente la alta cultura de las tierras bajas. Sin embargo, en estas épocas tan tempranas de la historia, las lenguas mayas parecen haber recibido influencias considerables de las mijesokeanas, fenómeno tal vez conectado con el apogeo y predominio de la civilización olmeca, cuando la maya parecía todavía joven.

Por su parte, el grupo tzeltalano-ch’olano —de gran interés para nosotros, por ser de allí donde derivaría la alta cultura maya clásica— habría de partirse en dos ramas: gran-ch’olano y gran-tzeltalano. Esto pudo haber ocurrido en una fecha relativamente cercana a la aparición de las primeras inscripciones jeroglíficas (en torno al 500-400 a.C.). Sin embargo, habrían de pasar algunos siglos para que se produjeran la clase de textos que hoy nos resultan comprensibles. Su desciframiento hizo posible reconocer en ellos algunos rasgos inequívocamente ch’olanos, es decir, posteriores a la división del grupo tzeltalano-ch’olano en los grupos gran-tzeltalano y gran-ch’olano. Siglos después, el gran-tzeltalano aún habría de partirse en sus vertientes occidental —en torno a Chiapas y Tabasco— y oriental. Según sabemos, estas poblaciones ch’olano-orientales fueron quienes fundaron las primeras grandes metrópolis de alta cultura del Preclásico medio (1200-400 a. C.), Nakbé y El Mirador, seguidas por Uaxactún, Tikal y Calakmul en el Preclásico superior (400 a. C. - 250 d. C.), todas ellas en un área comprendida entre el Petén central y el sur de Campeche.

A partir de entonces, la lengua ch’olana-oriental (antecesora del moderno ch’orti’ y el extinto ch’olti’) se convirtió en la dominante, símbolo de estatus y poder político, llegándose a emplear a modo de lingua franca o lengua de prestigio, incluso en regiones tan distantes como el norte de Yucatán o la frontera entre las tierras bajas del sur y las tierras altas. Esta lengua de prestigio fue con mucho la favorita de los grandes reyes —y sus escribas— pues la inmensa mayoría de los textos glíficos se valen de ella, aunque en el mundo maya siempre hubo excepciones y conforme avancemos ello se tornará más evidente.

Así, mientras los hablantes de la rama wastekana emigraron hacia una región distante hacia el norte —lejos del área maya—, la rama yukatekana fue estableciéndose poco a poco en la península a la que debe su nombre, donde eventualmente se ramificaría en cuatro lenguas distintas: yukateko (o màayat’àan); lakantun (en uso en la selva Lacandona); itzaj (hablado en torno al lago Petén Itzá) y mopán (hoy relativamente común en Belice). Existen algunos rasgos de lenguas yukatekanas en textos glíficos de las tierras bajas del norte, cuyas peculiaridades contrastan con las de sus contrapartes ch’olano-orientales. Entre ellos, podemos citar ciertos meses del calendario de trescientos sesenta y cinco días (haab’), ciertos números o bien términos arquitectónicos.

Si el yukatekano ocupa el segundo lugar entre las lenguas mayas registradas en los jeroglíficos —por la frecuencia con que ocurre—, descubrir el tercero nos lleva al grupo de lenguas ch’olano-occidental, que al paso del tiempo también habría de bifurcarse, conformando comunidades bien diferenciadas de hablantes de ch’ol y de chontal. De hecho, a partir de mediados del siglo VII d. C., surge una tendencia peculiar respecto a escribir cierta clase de verbos —incluyendo el que registraba la entronización de los reyes— en lengua chontal, prefiriéndola sobre la lengua de prestigio previamente usada. Los primeros rasgos de este tipo comienzan a aparecer en inscripciones fechables de Tabasco y el Usumacinta, y se difunden desde allí a capitales cada vez más lejanas, como Tikal, Yaxchilán y Calakmul. Casi ciento cincuenta años después, llegarían a Copán y Cancuén, en el sur de las tierras bajas.

La cuarta lengua identificada en los jeroglíficos muestra rasgos propios del grupo gran-tzeltalano y aparece en Toniná, en el valle de Ocosingo, que sigue habitado hasta hoy por grupos de habla tzeltal. Toniná entabló contacto con sitios distantes como Pomoná, más de cien kilómetros hacia el norte. Curiosamente, también en Pomoná aparecen rasgos tzeltalanos en las inscripciones. Una quinta lengua ancestral inmortalizada en las inscripciones glíficas —última que abordaremos por ahora— podría pertenecer al tronco k’iche’ano mayor y fue plasmada en vasijas cerámicas de la región de Nebaj, en el departamento de El Quiché, en Guatemala. De ser así, nos confirmaría que parte de la refinada tradición escrita de los mayas no se limitó a las tierras bajas.

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