Los Mayas

Gloria y poder de la región occidental durante el Clásico tardío

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La historia de las tierras bajas occidentales está íntimamente vinculada con la del Petén central, donde sin duda debemos buscar los orígenes preclásicos de sus más importantes dinastías. Siglos después, estas migrarían hacia el poniente, principalmente durante el período Clásico temprano, empujando con ello a los pobladores originales —primos de los mayas como los mije-sokes— hacia regiones aún más occidentales, o bien hacia los macizos montañosos del sur. Por tal motivo, no deberá sorprendernos que, en muchos episodios significativos de la historia de la región occidental, reaparezcan continuamente nombres del Petén central que ya nos resultan familiares, incluyendo los de reyes de de la dinastía de la serpiente, así como los de sus enemigos de Tikal-Mutu’ul.

Ningún otro sitio de la zona occidental ha alcanzado en nuestros días mayor fama que Palenque —antiguamente llamado Lakamha’, que significa «lugar de las grandes aguas»—. Allí gobernó el más célebre de todos los reyes mayas, K’inich Janaahb’ Pakal. En su tiempo, sin embargo, Palenque fue una capital más, entre varias de las que contendían por hacerse del dominio de la región. Como tal, frecuentemente tuvo que vérselas contra ciudades de envergadura comparable a la suya, y aún mayor. Entre estas últimas, se cuentan dos sitios más grandes que constantemente se disputarían la supremacía de la navegación en el Usumacinta: Yaxchilán (Pa’chan) y Piedras Negras (Yokib’). Una cuarta potencia regional fue Toniná (Po’), militarista reino de las montañas de Ocosingo. Así, mientras estas cuatro grandes capitales se enfrascaban en épicas luchas por el dominio de la región occidental, una plétora de sitios menores en torno a ellas aguardaban ansiosamente los resultados, para definir con base en ellos sus lealtades.

Otros centros sin duda importantes —aunque definidos mediante la naturaleza de sus relaciones con los anteriores— fueron Pomoná o Pihpa’, sede del linaje de Pakb’u’ul, en la región del bajo Usumacinta, cerca de otros centros como Panhalé y Chinikihá. En los fértiles valles aluviales del delta que forman los ríos Usumacinta y San Pedro Mártir, aparecen Moral-Reforma y Santa Elena (antiguamente Wak’aab’ o Wab’e’). Asimismo, en el valle fluvial occidental encontramos la región de Bonampak (Ak’e’), en Chiapas. Aún más cerca de la actual frontera de México con Guatemala, florecieron los enclaves estratégicos de La Mar (Pe’tuun) y El Cayo (Yaxniil). Dos sitios más dentro del territorio guatemalteco fueron La Florida (Namaan) y Zapote-Bobal (Hix Witz), que por su ubicación, participaron tanto en la dinámica de la región occidental como en la del Petén. Hay aquí también sitios enigmáticos, como lo fue la ciudad perdida de Saktz’i’ (‘Perro Blanco’), que los arqueólogos no han podido aún asociar firmemente con ninguna zona arqueológica de la geografía regional.

La historia de Palenque-Lakamha’ es una notable muestra de capacidad de supervivencia ante las mayores adversidades. Parece claro que algunas familias de la alta nobleza pudieron sobreponerse a la catástrofe producida por los ataques consecutivos de la dinastía de la serpiente sobre su ciudad. Una de ellas estaba conformada por la señora Sak K’uk’ (‘Quetzal Blanco’) —quizá de ascendencia maya-chontal— y su relativamente anodino esposo K’an Mo’ Hix. Desde 603, ambos habían engendrado un hijo pródigo, K’inich Janaahb’ Pakal, quien a la postre se convertiría en el héroe que Palenque-Lakamha’ y los formidables retos de su tiempo reclamaban. Ese mismo año, asciende al trono de Piedras Negras el implacable K’inich Yo’nal Ahk I, cuyo destino pronto habría de entrecruzarse con el de su recién nacido adversario. La región parece haber vivido entonces uno de sus pocos momentos de relativa tranquilidad. Algún tiempo después, en 613, ascendería al poder el décimo de los gobernantes conocidos de Pomoná, llamado K’inich Ho’ B’ahlam.

Palenque (Chiapas). Fachada norte del Templo de las Inscripciones. (s. VII. d. C.). En su interior sería descubierta la tumba del legendario rey K’inich Janaahb’ Pakal por el arqueólogo mexicano Alberto Ruz Lhuillier en 1959. Fotografía de Jan Harenburg.

En 615, ya convertido en un joven de doce años, K’inich Janaahb’ Pakal asumiría el trono de Palenque-Lakamha’. Este instante quedaría inmortalizado en la escena plasmada en un magnífico tablero oval, colocado en el muro de la Casa E del gran complejo arquitectónico de El Palacio: Vemos allí a la señora Sak K’uk’ entregando a Pakal el magnífico yelmo ko’jaw de jadeíta verde en forma de tambor, emblema inconfundible de mando —mientras su padre K’an Mo’ Hix brilla por su ausencia—. Ese mismo año, aunque sesenta y cuatro kilómetros al sur, se entronizó el cuarto gobernante de Toniná, un infante de ocho años de edad, llamado K’inich B’ahlam Chapaht (‘Resplandeciente Jaguar Ciempiés’), cuarto de los gobernantes conocidos de Po’. Los destinos de dos de las mayores capitales de la región occidental quedaron entonces en manos de reyes excesivamente jóvenes, aunque pronto los expansivos intereses de Toniná se enfilarían hacia una colisión directa contra los de Palenque.

Resulta claro que el control político real de Palenque estaba todavía en manos de los padres de K’inich Janaahb’ Pakal —especialmente de su madre Sak K’uk’—. Sin embargo, el joven rey no tardaría en desarrollar su propio sello personal de gobierno. Con el tiempo probaría ser un líder eficaz, bajo cuya guía Palenque-Lakamha’ alcanzaría cumbres de gloria jamás soñadas. Durante sus primeros años de gobierno, debió hacer mucho por restablecer el orden en su vapuleada ciudad, al tiempo que buscó forjar alianzas con sitios como Saktz’i’ (‘Perro Blanco’). Tras su tránsito a la edad adulta, debió afrontar la completa responsabilidad de llevar las riendas del trono, aunque siempre mostraría una especial consideración hacia su madre.

Es bien sabido que K’inich Janaahb’ Pakal tuvo una esposa. El matrimonio bien pudo haber ocurrido hacia 626. Esta distinguida señora llevó por nombre Tz’akb’u’ Ajaw, aunque tras el descubrimiento de su tumba por los arqueólogos mexicanos Arnoldo González Cruz y Fanny López Jiménez, adquiriría mayor notoriedad como «la Reina Roja», debido a que su cuerpo amortajado apareció recubierto del intenso color escarlata del cinabrio. Su ajuar funerario resultó de una riqueza extraordinaria, destacando allí una máscara de jade de exquisita manufactura. Más tarde, los análisis practicados por Vera Tiesler y un equipo de especialistas a sus restos óseos permitirían determinar que tenía peculiaridades físicas similares a las que muestran los retratos de la esposa de K’inich Janaahb’ Pakal —la señora Tz’akb’u’ Ajaw—. Esta identificación es hoy día aceptada por la mayoría de los estudiosos. Con todo, la señora Tz’akb’u’ no parece haber sido originaria de Palenque, ya que muestra por un lado fuertes vínculos con Toktahn —el semi-mítico lugar de nubes del fundador dinástico— y por otro con un lugar llamado Uxte’k’uuh (‘Tres Dioses’), cuna de otros miembros de la nobleza palencana y ubicado al parecer en algún lugar hacia el poniente, bajo el control de grupos maya-chontales. La influencia de esta región explicaría también por qué algunos de los eventos más importantes que registran los jeroglíficos de Palenque —como las entronizaciones de los reyes— comenzarían a escribirse con ligeras variantes, a fin de adaptarlos a una lengua de la misma rama que el chontal, en lugar de usar la habitual lengua de prestigio ch’olana oriental.

Tras su matrimonio, un adulto y resuelto K’inich Janaahb’ Pakal parece entonces haberse dado a la tarea de forjar nuevas alianzas políticas, con sitios como Perro Blanco (Saktz’i’), considerada una de las «ciudades perdidas mayas», ya que, pese a las múltiples inscripciones donde se le menciona, los arqueólogos no han podido identificarla con alguna de las ruinas conocidas. Todo gran gobernante ávido de gloria debe afrontar duras pruebas, y estas no tardarían en llegar para K’inich Janaahb’ Pakal: entre 625 y 626 el rey Yo’nal Ahk I de Piedras Negras capturaría a dos personalidades importantes. El primero, un noble de Palenque llamado Ch’ok B’ahlam —sacerdote o ajk’uhu’n bajo el mando del propio «rey divino de B’aakal»—. El segundo sería el gobernante K’ab’ Chante’ de la perdida ciudad de Saktz’i’. Triunfante, Yo’nal Ahk I se manda retratar sometiendo a ambos enemigos en la Estela 26, al tiempo que empuña su lanza de afilado pedernal, ricamente ataviado con el ominoso tocado de jadeíta y plumas que representaba a la feroz serpiente de guerra teotihuacana, que para entonces era una reliquia de una era casi perdida, ante el inminente declive de Teotihuacán como la mayor potencia de Mesoamérica.

Pero el viejo rival de Piedras Negras en el Alto Usumacinta —Yaxchilán— comenzaba a dar visos de resurgimiento. Tras un período letárgico de su historia, ocurrido entre 537 y 629, durante el cual pudo estar sujeto al dominio de Piedras Negras, hacia 629 asume el trono un nuevo rey, llamado Yaxuun B’ahlam III (Pájaro Jaguar III), el decimoquinto sucesor del linaje de Yopaat B’ahlam. Poco después —según el investigador ruso Dmitri Beliaev— el rey K’inich Yo’nal Ahk I pudo haber fundado hacia 631 un enclave defensivo en el centro satélite de La Mar (antiguamente llamado Pe’tuun), dada su posición estratégica, quince kilómetros al suroeste de Piedras Negras, al pie de una serranía. Poco después, Palenque celebraría el final de período de 9.10.0.0.0 (27 de enero de 633), que esta vez K’inich Janaahb’ Pakal —a la sazón con treinta años cumplidos— se encargaría personalmente de observar con el máximo rigor. Atrás había quedado la era de infamia que siguió al ataque de Serpiente Enrollada. Esta vez se aseguraría de restaurar el orden y recuperar el favor de sus tres dioses patronos, otorgándoles nuevos atavíos —quizá mandando esculpir nuevas efigies— y efectuando una larga letanía de rituales prescritos para ellos.

Mientras tanto, desarrollos importantes se gestaban en Toniná hacia 633, cuando el ahora adulto rey K’inich B’ahlam Chapaht experimentaba con nuevos modelos políticos de poder compartido, contrapuestos al modelo vigente de los «señores divinos», que enfocaba una autoridad excesiva en la figura de una sola persona. Para ello, decide otorgar poderes excepcionales a dos de sus sacerdotes y asesores predilectos, otorgándoles una capacidad de toma de decisiones normalmente exclusiva de los reyes. Con ello, crearía en la práctica un Consejo de Gobierno que perduraría varias generaciones.

Por su parte, en Piedras Negras, el largo reinado de treinta y seis años de K’inich Yo’nal Ahk I llegaría a su fin con su muerte, en 639, tras lo cual le sucedería su hijo, Itzam K’an Ahk III, quien asciende al trono a los doce años, misma edad con que lo hizo K’inich Janaahb’ Pakal. El reinado de este nuevo gobernante sería largo y pronto mostraría tener ambiciones fuera de lo común. Comienza entonces a erigir una serie de magníficos programas arquitectónicos y escultóricos en el sector norte de la ciudad. Bajo su liderazgo, Piedras Negras experimentaría un florecimiento, tal vez a costa de otras potencias regionales como Yaxchilán, que parece haber caído bajo su control, ya que dejan de producirse allí registros escritos durante un período relativamente largo.

Acrópolis de Piedras Negras, Guatemala. Dibujo de reconstrucción de Tatiana Proskouriakoff.

En febrero de 644, el control de Tortuguero recae en B’ahlam Ajaw (‘Gobernante Jaguar’), quien probaría ser el más importante rey de este ramal occidental del fracturado linaje de B’aakal. Desde el principio mostró una fuerte hostilidad contra su contrapartida dinástica, representada por los reyes de Palenque-Lakamha’. Como muestra de ello, en junio de ese mismo año lanza el primero de sus ataques contra el sitio de Uxte’k’uuh (‘Tres Dioses’), aliado de Palenque y lugar de origen de varios miembros de su clase gobernante. No contento con ello, lanzaría poco después un segundo ataque de «guerra-estrella» —una invasión— sobre esta ciudad occidental.

En Yaxchilán, Pájaro Jaguar III de Yaxchilán emprende un ataque entre 646 y 647, durante el cual logra capturar a un señor procedente del sitio de Hix Witz (‘Montaña Jaguar’) —las actuales ruinas de de Zapote Bobal— setenta y cuatro kilómetros al oriente, dentro del Petén guatemalteco. Simultáneamente en Palenque, K’inich Janaahb’ Pakal inicia la construcción de su primer gran proyecto arquitectónico: el Templo Olvidado, en el extremo oeste del asentamiento, donde fue encontrado un tablero jeroglífico que se cuenta entre los primeros registros históricos del sitio que detallan eventos contemporáneos —y no retrospectivos— a su hechura.

En julio de 649 Tortuguero lanzaría un nuevo ataque, esta vez contra el sitio de Yomoop (que quizá corresponda a las ruinas de El Palma, sobre el río Lacantún, al sureste de Chiapas). Los jeroglíficos narran que la ciudad fue «destruida» (chahkaj). La firma de un escultor en el monumento más extraordinario de Yomoop nos brinda la clave sobre sus vínculos con el sitio de Uxte’k’uuh —y por extensión, con Palenque—. Tal parece que Tortuguero atacaba sistemáticamente para entonces los intereses que K’inich Janaahb’ Pakal mantenía al poniente de su gran ciudad. La campaña militar del implacable rey guerrero B’ahlam Ajaw continuaría en noviembre, cuando captura a un señor relacionado con el nombre —o sitio— de Us. Sólo siete días después, destruye un sitio quizá llamado Chak Uh. Aunque su victoria más importante llegaría en 9.10.17.2.14 (23 de diciembre de 649), cuando envía a sus tropas ochenta y ocho kilómetros al noroeste para conquistar la ciudad de ‘Cielo Enrollado’ (Joy Chan), nombre antiguo de las ruinas de Comalcalco, la capital más occidental del mundo maya, famosa por su inusual arquitectura de ladrillos cocidos. La destrucción que provocó esta nueva «guerra-estrella» es narrada poéticamente mediante la fórmula glífica naahb’aj uk’ik’el wihtzaj ujo’lil (se inundó de sangre; se apilaron los cráneos). Durante la batalla, Tortuguero capturaría a un buen número de capitanes de guerra. De allí en adelante, impondría a Comalcalco el uso de su glifo emblema de B’aakal.

Trasladémonos ahora a la majestuosa Lakamha’. Para muchos, el edificio denominado El Palacio — ubicado en el corazón de Palenque— es una de las más portentosas muestras del refinamiento y sofisticación alcanzados por la arquitectura de la época de los grandes reyes. Basta recorrer hoy día sus anchas galerías y cuartos abovedados o bien experimentar el contraste entre sus oscuros corredores subterráneos y sus luminosos patios interiores, para formarse una idea de hasta qué punto la corte real que allí vivía llegó a atesorar el placer estético, la destreza artística y la alta cultura en todas sus formas. En 654, K’inich Janaahb’ Pakal se da a la tarea de remodelar El Palacio. En junio de ese mismo año encarga a uno de sus sacerdotes ajk’uhu’n la dedicación de los llamados «Tableritos de los Subterráneos», al tiempo que ordenó extender una larga plataforma para ampliar la anterior, que databa del Clásico temprano. Sobre esta se levantaría su propio salón del trono, dedicada en noviembre, que hoy conocemos como la Casa E, aunque en su día se le llamó la ‘Casa de Piel Blanca’ (Sak Nuk Naah). Posteriormente, añadiría dos grandes salones, las casas C y B de 661 y 668 respectivamente, formando con ello amplios y soleados patios internos, en cuyos muros abundan representaciones de cautivos plasmadas en enormes tableros. Con ellas, K’inich Janaahb’ Pakal buscaba ensalzar perpetuamente sus éxitos militares, ante los ojos de todos aquellos que tuviesen el honor de visitarle en su legendaria corte, función que desempeñan hasta nuestros días.

Pero la atención prodigada por K’inich Janaahb’ Pakal a los asuntos de su floreciente ciudad parecía impedirle asumir un rol más activo en el frente externo. En septiembre de 655 sobrevino el tercer y definitivo ataque de «guerra-estrella», lanzado por B’ahlam Ajaw en contra de la ciudad occidental de Uxte’k’uh, con la cual la propia reina Tz’akb’u Ajaw mantenía vínculos importantes. Poco tiempo después, tenían lugar desarrollos importantes en Piedras Negras. El momento que vivía entonces la ciudad —quizá ya bajo la sombra de Calakmul— recordaba una época de gloria anterior, cuando Diente de Tortuga II adquirió el control de la región a través de su alianza con Tajo’m Uk’ab’ K’ahk’ y el poderío de Teotihuacán. La analogía no escapó al agudo Itzam K’an Ahk III, quien de hecho ordena a sus escultores vincular ambos momentos en el extraordinario Dintel 2, cuyo motivo central es el dominio de los reyes de Yokib’ sobre otros sitios del Usumacinta, como Lacanjá-Xukalnaah, Yaxchilán-Pa’chan y Bonampak-Ak’e’. Su texto narra como el rey Itzam K’an Ahk II recibió en 658 múltiples yelmos de guerra teotihuacanos —llamados ko’haw— con un grupo de señores vasallos como testigos. Todo indica que el obsequio de estos yelmos tuvo por objeto sellar una alianza militar con un poder mayor que, a la luz de lo que ocurriría después, debió tratarse de Calakmul, entonces bajo el mando de Yuhkno’m el Grande.

En efecto, tras asumir el control territorial de buena parte del Petén, sabemos que los reyes serpiente de Kaanu’ul desviaron su mirada hacia el occidente. Sin duda las fértiles llanuras de Tabasco llamaron poderosamente su atención. Sin embargo, todos sus intentos por hacerse amos de esta distante región inevitablemente derivarían en una confrontación directa con Palenque y los reyes de B’aakal. En el bando contrario, K’inich Janaahb’ Pakal veía con suma inquietud la nueva alianza de sus dos mayores enemigos y buscaba la manera de contrarrestarla. Entre 659 y 662, decide emprender una serie de campañas bélicas, al parecer encaminadas a adjudicarse el control de la región objeto de disputa, en torno al delta del río San Pedro Mártir, noventa kilómetros al noroeste de Palenque.

Dintel 2 de Piedras Negras, que enfatiza el dominio del rey Itzam K’an Ahk III sobre otros centros del Usumacinta como Yaxchilán, Ak’e’ y Lacanjá, a través del establecimiento de una alianza militar regional —al igual que hizo antes su predecesor Diente de Tortuga II—. Dibujo de David Stuart.

En primera instancia, logra capturar en 659 a un mínimo de seis prisioneros. Las infortunadas víctimas procedían principalmente del sitio de Santa Elena (Wak’aab’), en Tabasco, noventa y ocho kilómetros al oeste y ligeramente al norte, aunque también se menciona entre ellas a Ahiin Chan Ahk (‘Lagarto Tortuga del Cielo’), un ajaw de Pihpa’, nombre del asentamiento de Pomoná, ubicado cincuenta kilómetros al oeste. Tan sólo seis días después, en un verdadero tour de force, K’inich Janaahb’ Pakal regresaría triunfante a su corte, trayendo consigo al sometido rey de Santa Elena, Nu’un Ujo’l Chaahk. También llegarían una serie de cautivos de los desconocidos sitios de B’aahtuun y de Yaxkab’, quienes parecen haber sido ofrendados posteriormente como alimento sagrado para los dioses de la tríada, benefactores de la ciudad.

Esta brillante campaña le valió a K’inich Janaahb’ Pakal recuperar la voluble lealtad de Santa Elena, sometiéndola de nuevo bajo su órbita, tal y como hizo en su momento su predecesor Ajen Yohl Mat. Más aún, parece haber influido en la entronización del nuevo rey de Moral-Reforma —llamado Muwaan Jo’l o ‘Cráneo de Halcón’— en mayo de 661. Sin embargo, Palenque conservaba aún a sus poderosos enemigos de antaño, quienes pronto tomarían fuertes medidas encaminadas a contrarrestar las victorias de K’inich Janaahb’ Pakal. Su respuesta sería rápida y contundente: el 10 de febrero de 662 ocurrió un evento crucial en Piedras Negras, asociado con el glifo emblema de la cabeza de serpiente. Según algunos estudiosos, pudo involucrar la visita del temible rey de Kaanu’ul en persona —Yuhkno’m el Grande— a Piedras Negras, con el fin de celebrar un ritual de fuego, para así sellar una alianza con el soberano local, Itzam K’an Ahk III. Seis días después, ya como aliado de Calakmul, Itzam K’an Ahk III atacaría Santa Elena y otro sitio no identificado del Usumacinta, ostensiblemente para retomar el control de ambos. La victoria para el eje Piedras Negras-Calakmul sería rotunda, logrando arrebatar a Palenque y su gran rey el control de esta región. Hallazgos de Simon Martin muestran que poco después, en abril de 662, Yuhkno’m el Grande supervisa la «segunda entronización» del rey Muwaan Jo’l de Moral-Reforma, haciendo gala de su inmenso poder, al controlar un sitio ciento sesenta y dos kilómetros al oeste de su portentosa capital de Uxte’tuun-Chihknaahb’ (Calakmul).

Al margen de estos desarrollos —pero no por mucho tiempo—, Toniná continuaba prosperando en su región bajo el mandato de K’inich B’ahlam Chapaht, quien parece haber emprendido obras de gran envergadura, incluyendo la construcción o remodelación del Templo 1, también llamado «del Espejo Humeante», donde su nombre —o el de un homónimo más tardío— aparece escrito dentro de una colección de objetos funerarios encontrados en una importante ofrenda. Su muerte debió ocurrir hacia 665, a los cincuenta y ocho años de edad, según registra una estela descubierta en el cercano suburbio de Pestac. Algún suceso que se nos escapa pudo haber interrumpido súbitamente su reinado, pues esculturas rotas con el nombre de K’inich B’ahlam Chapaht fueron descubiertas dentro de un edificio con laberínticos corredores —llamado Palacio del Inframundo— por los arqueólogos Juan Yadeun y Laura Pescador. Toniná parece haberse quedado sin rey durante los tres años siguientes, y el control del sitio sería ejercido por dos altos sacerdotes, miembros del Consejo de Gobierno.

Hacia 667, valiéndose del apoyo que suponía tener a Yuhkno’m el Grande y la dinastía de la serpiente como aliados, Piedras Negras se consolida como la capital regional del Usumacinta. La influencia de Itzam K’an Ahk III se extiende al oriente, adentrándose en el Petén, ya que el Panel 7 registra el envío de tributo —e incluso de una esposa— desde la región de Hix Witz (‘Montaña Jaguar’). Para entonces, su arte se eleva a niveles de refinamiento que rivalizan con lo mejor de Palenque —y de cualquier otro sitio de entonces—. Tenemos pocos datos sobre lo que ocurre en la región occidental durante los trece años siguientes, lo cual sólo refleja las muchas sorpresas que este fascinante campo de estudio aún nos tiene reservadas.

Regresemos a febrero de 681, cuando tuvo lugar un conflicto importante entre combatientes de Yaxchilán y La Florida (Namaan), una ciudad cuarenta kilómetros al noreste. Durante el mismo, destacaría un joven guerrero —Kohkaaj B’ahlam (‘Escudo Jaguar’) III, heredero al trono de Pa’chan— al capturar a un señor subsidiario de Namaan. Desde entonces, su proeza en este combate quedaría incorporada a su larga cadena de títulos, al proclamarse como al amo o captor de «Aj Nik». Unos meses más tarde, en octubre, tales méritos, aunados a sus nobles orígenes —al ser hijo de Pájaro Jaguar III y su esposa, la señora Pakal— le valdrían asumir el trono de Yaxchilán. En retrospectiva, sus primeros pasos en el poder parece inciertos, incluso vacilantes. Resulta difícil adivinar en aquel entonces que el destino le tenía reservado un papel de honor dentro de la historia de su glorioso linaje.

Monumento 6 de Tortuguero, Chiapas, 669 d. C. El texto jeroglífico del panel derecho contiene una fecha futura que alude al descenso de B’alu’n Yookte’ K’uh el 23 de diciembre de 2012. Dibujo de Sven Gronemeyer.

En Palenque, el largo reinado de K’inich Janaahb’ Pakal llegaría a su fin en 683, cuando según las inscripciones contaba con ochenta años de edad. Al respecto, existen viejos debates sobre la longevidad que los textos glíficos atribuyen a ciertos gobernantes mayas, ya que algunos arqueólogos en el pasado han considerado prácticamente «imposible» que individuos de aquella época hayan podido alcanzar edades semejantes, argumentando que la esperanza de vida de aquel entonces debió haber sido mucho menor a la de nuestra tecnificada era. Sin embargo, debemos recordar que tales cálculos modernos se basan en tendencias estadísticas que sólo son aplicables a grandes segmentos de la población común, mas no a individuos excepcionales para los cuales carecemos de antecedentes, como lo fueron a todas luces algunos de los grandes reyes mayas. Desde su temprana infancia debieron gozar de cuidados y privilegios simplemente inaccesibles al resto de los mortales —sus súbitos—, incluyendo una dieta privilegiada y el acceso cotidiano a los mejores especialistas de salud de su tiempo.

El descubrimiento de su incomparable tumba en el interior del Templo de las Inscripciones —el famoso sarcófago encerrado en un cuatro abovedado al que se accede por una larga escalinata descendente— no sólo le volvió el más famoso de todos los gobernantes mayas, sino también convirtió a su descubridor —el mexicano Alberto Ruz Lhuillier— en el más célebre de los arqueólogos de su tiempo. En verdad, este descubrimiento ocurrido entre 1959 y 1963 ha sido comparado con los de Heinrich Schliemann en la década de 1870 al descubrir la Troya homérica; o bien el de Howard Carter en 1922, al ser el primer mortal en profanar la tumba del faraón egipcio Tutankhamon, turbando su reposo de tres mil doscientos años.

La muerte del gran K’inich Janaahb’ Pakal en 683 dejó un gran vacío en Palenque, que ninguno de sus sucesores podría llenar del todo posteriormente. Las sucesivas generaciones de reyes del sitio siempre le rendirían honores y basarían su legitimidad en enfatizar sus vínculos con él. Ahora le tocaba el turno a su hijo K’inich Kaan B’ahlam II (‘Resplandeciente Serpiente Jaguar’), quien, debido a la larga permanencia de su padre en el poder, contaba ya con cuarenta y ocho años de edad al asumir el trono en 9.12.11.12.10 (10 de enero de 684). Se haría llamar el «décimo dinasta» (b’alu’n tz’akb’uil) y el «hechicero de huesos» (b’aakel wahywal), relacionado con la facultad de controlar temibles fuerzas sobrenaturales. Sobre él pesaba la grave responsabilidad de concluir la extraordinaria tumba que su padre había comenzado en el corazón del Templo de las Inscripciones. Ese mismo año, el sellado de la cripta funeraria fue acompañado por la dedicación de las cuatro pilastras de la fachada exterior y un largo texto repartido en tres impresionantes tableros jeroglíficos —que dan nombre al edificio—, cuya extensión sólo supera la inmensa escalinata jeroglífica de Copán, en Honduras.

El rostro de Kínich Janaahb’ Pakal, inmortalizado en su famosa máscara de jade, que le muestra como la encarnación del dios del maíz Ixi’m. Fue descubierta por Alberto Ruz Lhuillier y se preserva actualmente en el Museo Nacional de Antropología, en la Ciudad de México. Fotografía de Wolfgang Sauber.

Admirar completa la majestuosa tumba de su padre debió dar motivos de satisfacción a K’inich Kaan B’ahlam II, aunque pronto mostraría su amplitud de miras, pues no bien concluyó su solemne deber, se puso manos a la obra con una obra aún más ambiciosa: la construcción del Grupo de las Cruces, conformado por tres templos, cada uno dedicado a su correspondiente deidad de la tríada protectora de la ciudad: El Templo de la Cruz (dedicado al dios GI), el Templo de la Cruz Foliada (dedicado a GII) y el Templo del Sol (dedicado a GIII).

Por su parte, Piedras Negras seguía cosechando los beneficios de su alianza con Calakmul. En julio de 685, Yuhkno’m el Grande decidiría enviar a uno de sus jefes militares —referido mediante el ominoso título de «señor de los cautivos»— para renovar sus votos con su aliado Itzam K’an Ahk III, mediante el otorgamiento de costosas reliquias, que incluían una capa de piel de jaguar y un yelmo de mosaico teotihuacano, sin duda símbolos poderosos que dotaban de legitimidad al destinatario. Sin embargo, tal acción se desarrolló cuando Yuhkno’m el Grande era ya un octogenario —si es que aún vivía— y para entonces, sin duda tuvo mucho que ver en ello su eventual sucesor, Yuhkno’m Yihch’aak K’ahk’ (‘Garra de Jaguar’) quien, como hemos visto, le sucedería en el trono de Calakmul en abril de 686. Ese mismo año, el propio gobernante de Piedras Negras presintió que su muerte era inminente y decidió tomar medidas para asegurar que la sucesión ocurriera según sus planes. Reafirmó entonces a su hijo —K’inich Yo’nal Ahk II— como el siguiente rey, al tiempo que designó como su futura esposa a una princesa extranjera de doce años: Winikhaab’ Ajaw (Señora de un K’atun de Vida), procedente del sitio de La Florida, cincuenta y dos kilómetros al oriente —antiguamente llamado Namaan—. La boda propiamente dicha se celebraría en noviembre de 686, tras la muerte de Itzam K’an Ahk III.

El santuario del Templo de la Cruz, en Palenque. Al fondo se aprecia el extraordinario Tablero de la Cruz, flanqueado por dos columnas con las imágenes del rey K’inich Kaan B’ahlam II y el Dios Jaguar del nframundo, en el acto de fumar.

Tocaba el turno a K’inich Kaan B’ahlam II de cubrirse de gloria. En septiembre de 687, los textos del Templo del Sol y del Templo XVII en Palenque-Lakamha’ dan cuenta de su más grande victoria militar, sobre el ejército de Yuhkno’m Wahywal, rey de Toniná-Po’, ubicada sesenta y cuatro kilómetros al sur, a través de macizos montañosos prácticamente intransitables. Aunque restan aún detalles por esclarecer, el pasaje relevante referir una invasión, aunque no directamente sobre Toniná, sino sobre un centro secundario de difícil lectura —quizá asociado con el nombre de Puwa’—. El rey divino de Po’ parece haber fallecido a consecuencia del ataque, pues no vuelve a ser mencionado. La derruida ciudad se veía forzada ahora a buscar precipitadamente un sucesor. Sin embargo, la gran rivalidad entre Palenque y Toniná apenas comenzaba.

Durante el difícil interregno que siguió, de aproximadamente nueve meses de duración, Toniná conformó un gobierno provisional regido por sacerdotes y militares de alto rango —uno de ellos llamado K’elen Hix—. La ciudad se hallaba extremadamente vulnerable, bajo riesgo inminente de ser atacada nuevamente. En este momento decisivo, Toniná necesitaba un líder excepcional. Eventualmente lo encontraría, en la figura del implacable K’inich B’aaknal Chaahk, quien ascendió al trono con treinta y cinco años cumplidos. Ignoramos si por sus venas corrió verdaderamente la «sangre divina» de los gloriosos linajes de antaño. Lo cierto es que sus méritos militares debieron jugar un papel aún más determinante como el nuevo rey del sitio. Bajo su égida, la antigua ciudad de Po’ alcanzaría su máximo esplendor, aunque interferían en sus planes poderosos enemigos, que debía primero superar.

La muerte de Yuhkno’m el Grande en Calakmul —hacia 686— fue un factor que alteró drásticamente la correlación de fuerzas en la región occidental. Con ello, Piedras Negras se vio súbitamente desprovista de su apoyo más importante. Las consecuencias no se harían esperar. En febrero de 688, la ciudad de Saktz’i’ (‘Perro Blanco’) —cuya ubicación geográfica desconocemos— efectúa algún tipo de acción en contra de Yo’nal Ahk II, rey de Piedras Negras. Mientras tanto, el rey Kohkaaj B’ahlam III de Yaxchilán se apuntaría un nuevo triunfo en 689, con la captura de un personaje llamado Aj Sak Ichiy Pat. Casi al mismo tiempo, el rey Muwaan Jo’l de Moral-Reforma —ciento dos kilómetros al norte de Yaxchilán— obtiene sendas victorias militares sobre sitios no identificados, que quizá le valieron de mucho para librarse del yugo que le impuso en su momento Yuhkno’m el Grande. Sin embargo, Palenque pudo estar involucrado detrás de sus éxitos recientes y no regalaría fácilmente a Moral-Reforma su independencia. En 690 —tres años después de su victoria sobre Toniná— K’inich Kaan B’ahlam II recibe en su ciudad al rey Muwaan Jo’l de Moral-Reforma, a quien reinstala entonces «por tercera vez» en el poder, de acuerdo con la lectura que hace Simon Martin de los hechos. Mediante tal diplomacia forzada, Muwaan Jo’l —el antiguo vasallo de Yuhkno’m el Grande— buscaba sagazmente adaptarse a las cambiantes circunstancias y poderes políticos de su tiempo. La influencia de Palenque para este momento parece haberse extendido lo suficiente para hacerse con el control de los sitios de La Mar (Pe’tuun) y de Anaayte’, a más de ochenta y cinco kilómetros al noroeste. Tal expansión afectaba sobremanera los intereses estratégicos de Piedras Negras, al aislarle de sus otrora vasallos del sur, como Lacanjá (Xukalnaah) y la región de Bonampak (Ak’e’).

Capitalizando sus éxitos, K’inich Kaan B’ahlam II concluye la construcción del Grupo de las Cruces, justo a tiempo para celebrar allí el final de k’atún en 9.13.0.0.0 (18 de marzo de 692), ya con los dioses patronos colocados cuidadosamente en el interior de sus santuarios, en sus correspondientes templos. El mismo final de período sería celebrado cincuenta kilómetros al oriente de allí por un nuevo gobernante de Pomoná, llamado posiblemente Sib’ik B’ahlam II. Para entonces, pocos reinos mayas vivieron un florecimiento artístico comparable al que alcanzaría Palenque durante la era de K’inich Kaan B’ahlam II. Es cierto que de mucho le valió continuar la senda trazada por su padre, y para entonces Palenque-Lakamha’ gozaba ya de una tradición artística con un sello inconfundible. La ciudad concentraba una colectividad conformada ciertamente por algunos de los mejores arquitectos, artistas, escribas, escultores, astrónomos y matemáticos de su tiempo, cuyo talento era continuamente puesto a prueba por las exigentes demandas de su rey. Así, a la integración extraordinaria de la arquitectura con el virtuosismo escultórico; o del modelado en estuco con la destreza caligráfica sin par de los escribas —capaz de imitar en la dureza de la roca la suavidad y fluidez del pincel— se añade el mensaje mismo que tales obras maestras del arte universal buscaban transmitir: los íntimos vínculos de K’inich Kaan B’ahlam II y su glorioso linaje con lo divino, con lo sagrado. De esta forma, los templos principales fueron orientados para mostrar su «interacción» con determinados ciclos y fenómenos astronómicos.

Quizá absorto en su propia prosperidad, K’inich Kaan B’ahlam II parece haber ignorado que en otras partes se suscitaban desarrollos peligrosos para su ciudad. En Toniná, tras cuatro años de preparativos, su nuevo rival K’inich B’aaknal Chaahk logró consolidar uno de los ejércitos más formidables de la región occidental. Su siguiente paso sería valerse de él para vengarse de la afrenta infligida por Palenque contra su predecesor. La campaña militar que siguió debió haber sido compleja, luchándose en varios frentes. Lo cierto es que K’inich B’aaknal Chaahk terminaría por alzarse con la victoria, derrotando al ejército de K’inich Kaan B’ahlam II. Uno a uno, los numerosos capitanes de guerra de Palenque y sus aliados fueron cayendo ante el nuevo poder de Po’, incluyendo a los militares K’awiil Mo’ (‘Relámpago Guacamayo’) y K’uy Nik —vasallos de K’inich Kaan B’ahlam—. En su propia región del valle de Ocosingo, recuperaría el dominio sobre el sitio de Puwa’, capturando para ello al heredero al trono, llamado Sak B’ahlam (‘Jaguar Blanco’). También se hizo del control de Santotón (Walil) y otros centros, consolidando con ello el papel de Toniná-Po’ como la capital de esta amplia zona.

Tablero de la Cruz, llamado así por el motivo central, que representa en realidad al axis mundi o eje principal del cosmos maya, en cuya parte superior tiene su morada la deidad Ave Principal. Las figuras que flanquean al axis mundi corresponden a sendas imágenes de K’inich Kaan B’ahlam II, en su juventud y al alcanzar la edad adulta.

Apenas un año más tarde, K’inich B’aaknal Chaahk emprende nuevas y temerarias aventuras bélicas, destinadas a asegurar su control sobre distantes zonas de influencia de su derrotado rival Palenque. Así, posiblemente en la fecha 8 K’an 7 Wo (17 de marzo de 693) lanzó un ataque de «guerra-estrella» contra el rey Nikte’ Mo’ del sitio de Pe’tuun (La Mar) —setenta y dos kilómetros al noroeste de Toniná— logrando capturar a su vasallo Chan Ma’s. También derrotaría al gobernante Yax Ahk (‘Tortuga Verde’) del sitio de Anaayte’, quizá las actuales ruinas de Anaité, entre Piedras Negras y Yaxchilán.

Esta última campaña le valió a Toniná arrebatar a Palenque su dominio sobre esta región del Alto Usumacinta. Tampoco parece haberle importado demasiado el transgredir con ello el territorio de Piedras Negras, que debilitada por el inminente declive de su otrora formidable aliado de Calakmul, pudo incluso haber formado un frente común con Toniná en contra de su enemigo mutuo de Palenque. Como quiera que haya sido, tras su desastrosa derrota, Pe’tuun-La Mar buscaría reaccionar de algún modo. Claramente, una campaña punitiva contra rivales de la envergadura de Toniná —o Piedras Negras, para el caso— superaba con mucho sus fuerzas, por lo cual decide en cambio agredir al más modesto sitio de Perro Blanco (Saktz’i’) en marzo de 693. Textos glíficos preservados hoy en Denver y en Bruselas narran literalmente cómo «fue esparcido el fuego en la ciudad de K’ab’ Chante’ II». Sin embargo, el rey enemigo no pudo ser capturado, y al día siguiente lanzaría un contraataque terrible, durante el cual posiblemente Nikte’ Mo’ murió decapitado. No contento con esta victoria, Kab’ Chante’ II capturaría entonces a Ek’ Mo’, rey de Ak’e’ (ubicado en la región de Bonampak), cuyo control mantendría durante algún tiempo, y resultaba estratégico para brindarles acceso a la ruta fluvial del Usumacinta.

Las aguas del escenario regional continuaban aún bastante agitadas tres años después, cuando en marzo de 693 sobreviene el tercero de los ataques emprendidos por K’inich B’aaknal Chaahk. Tal parece que esta vez arremetió contra el sitio de Puwa’, que se resistía a caer bajo control permanente de Toniná. Era preciso insistir nuevamente, esta vez mediante métodos más persuasivos. La contienda resultó desigual y el resultado predecible. El ejército de Toniná-Po’ regresó victorioso a su ciudad con un prisionero importante, el gobernante local, llamado Huus. Poco después, un tablero de Pomoná-Pihpa’ registra la muerte del rey Sib’ik B’ahlam en marzo de 696. Sería sucedido poco después por el decimocuarto gobernante, llamado Ho’ Hix B’ahlam II, quien supervisa un ritual calendárico de «atadura de piedra» (k’altuun) para marcar el final del siguiente período de ho’tuun, ocurrido en 9.13.5.0.0 (20 de febrero de 697). Es claro que para entonces Pomoná mantenía vínculos diplomáticos con Palenque, pues la misma fecha fue plasmada en un bello pendiente de jadeíta descubierto en el Templo XIII de Palenque —al parecer un regalo de Pomoná para sus aliados de B’aakal—. Por algún motivo, el nombre del rey allí plasmado es el de Sib’ik B’ahlam, fallecido el año anterior.

En Toniná, K’inich B’aaknal Chaahk se instalaba en el ápice de su gloria. En 699 dedica una nueva cancha de juego de pelota, a un costado de la gran plaza, la cual manda decorar con efigies talladas en roca de seis enemigos que logró capturar en sus campañas previas. Hundida varios metros sobre el nivel de la plaza principal, esta cancha busca recrear las profundidades del inframundo, dentro del sobrecogedor paisaje mitológico reflejado a la perfección en las ruinas de Toniná, con las siete inmensas plataformas superpuestas que conforman su acrópolis, que se eleva setenta y cuatro metros de altura sobre la gran plaza principal. Con esta obra, K’inich B’aaknal Chaahk mostraría su gran talento para vincular las más profundas tradiciones míticas con su historia personal —de forma similar a como hizo antes K’inich Kaan B’ahlam al dedicar el grupo de las Cruces en Palenque—, ya que la bautiza como «la cancha de pelota de las tres victorias», evocando con ello mitos arquetípicos profundamente arraigados en el imaginario colectivo maya. El mismo mito sobre el juego de pelota aparece escrito en forma más detallada ciento diez kilómetros al este, en la escalinata del Templo 33 de Yaxchilán, y describe cómo, en las insondables profundidades del tiempo ancestral, tres criaturas sobrenaturales —incluyendo un enorme lagarto— fueron decapitadas en una cancha de juego de pelota primigenia, ubicada en las profundidades del inframundo, llamado entonces el «lugar del agujero negro» (Ihk’ Waynal). Así, no resulta fortuita en absoluto la conexión de las «tres victorias» del mito con los propios triunfos históricos de K’inich B’aaknal Chaahk sobre Palenque y sitios bajo su influencia —ocurridos en 692, 693 y 696— y nos dice mucho acerca de una mitología existencial que, lejos de ser letra muerta, debía iluminar los hechos y proezas de los grandes reyes, como si fuesen la viva encarnación de tales narrativas inmortales y legendarias.

Entre 700 y 701, el rey Yo’nal Ahk II de Piedras Negras parece por fin asumir un rol más activo, al enfrascarse en una confrontación contra Pomoná. Lograría capturar a uno de los líderes militares de Pakb’u’ul —según muestra la Estela 4—. Más tarde, en febrero de 702, la muerte pondría fin a dieciocho años de gobierno de K’an B’ahlam II. Las inscripciones registran que ese mismo día fue «enterrado» (muhkaj). Se presume que su tumba debe encontrarse en algún lugar del Templo de la Cruz, aunque jamás ha sido encontrada. Sin embargo, la búsqueda ha permitido descubrir diversas ofrendas dedicatorias, que contenían en total más de cien portaincensarios de cerámica con el distintivo estilo palencano —mostrando en su eje vertical una superimposición de diversos planos del cosmos, representados por sus correspondientes deidades y fuerzas animadas—. Parece no haber engendrado hijo alguno, ante lo cual el candidato natural para sucederle fue evidentemente su propio hermano menor y «principal heredero» (b’aah ch’ok), K’inich K’an Joy Chitam II —segundo de los hijos del gran K’inich Janaahb’ Pakal—, quien a la sazón contaba con cincuenta y siete años de edad. Su entronización tiene lugar en junio de 702.

El nuevo rey de Palenque debió enfrentarse a retos mayúsculos, pues su gran enemigo de Toniná alcanzaba entonces el ápice de su desarrollo político y militar. Para entonces, K’inich B’aaknal Chaahk había forjado tal influencia, que parece haber extendido su control a regiones distantes, como aquella en torno a Bonampak —controlada por una dinastía llamada Ak’e’—en la espesura de la Selva Lacandona, ciento tres kilómetros al oriente de Toniná. Allí, un rey referido con el sobrenombre de «Etz’nab’-Mandíbula» —ante los problemas para descifrar su nombre— se declara ‘vasallo’ (yajaw) de K’inich B’aaknal Chaahk en 702. Sin embargo, algo que desconocemos debió truncar la permanencia en el poder de K’inich B’aaknal Chaahk, a los cuarenta y nueve años de edad y precisamente en su mayor momento de gloria. Resulta fútil especular sobre las causas. Lo cierto es que esta mención de la región de Bonampak-Ak’e’ es la última que conocemos de él con vida. Toniná parece entonces haber atravesado ciertas dificultades, emanadas del vacío de poder que significó la súbita ausencia de su rey más poderoso, ya que de nuevo debieron asumir el gobierno interino del sitio sus encumbrados e incondicionales sacerdotes-guerreros K’elen Hix y Aj Ch’aaj Naah.

Hacia 706, Yo’nal Ahk II parece haber persistido en sus intentos de recuperar la esfera de influencia de Piedras Negras, aunque esta vez recurriría a medios más sutiles. Despacha entonces a una princesa de su casa dinástica cuarenta y cinco kilómetros al noreste, a fin de convertirla en la esposa del heredero al trono de Santa Elena, en abierta provocación a los intereses de Palenque. De forma paralela, sabemos que todavía para 708 Toniná-Po’ seguía en control de la casta sacerdotal y las órdenes militares, como muestra un magnífico muro de estuco que preserva aún sus colores originales, dedicado por un personaje que se autodenomina «el sacerdote de K’inich B’aaknal Chaahk». Sin embargo, este inusual interinato debió causar inestabilidad política y fuertes presiones internas, orillando al Consejo de Gobierno ese mismo año a tomar una arriesgada decisión: sería entronizado un «príncipe joven» (ch’ok b’aahkab) de tan sólo dos años de edad, llamado K’inich Chuwaaj K’ahk’. La estrategia parece haber resultado, pues unos tres años después, Toniná lograría recuperar gran parte de su formidable poderío, y se aprestaba a utilizarlo de nuevo contra su archirrival de Palenque.

El antagonismo entre Palenque y Toniná iba más allá de la simple disputa por el territorio o el control de los recursos, extendiéndose también al ámbito étnico —pues al tiempo que aumentaba la influencia chontal en Palenque, Toniná parece haber sido controlada por élites de origen tzeltalano— además de niveles como el artístico y el religioso. En efecto, en contraste con la tríada de dioses protectores de Palenque, Toniná enfatizaba un culto completamente distinto, dirigido a «dioses remeros», que deben su nombre a ser los encargados de conducir las almas de los muertos en una canoa a través de las aguas primordiales del inframundo. Aunque no podemos leer aún sus nombres originales, les referimos como el «remero jaguar» y el «remero espina de mantarraya», debido a los atributos con que comúnmente fueron representados. El investigador mexicano Erik Velásquez los ha relacionado con las deidades llamadas Yowaltewktli y Yakawitzli, veneradas más de siete siglos después por el imperio mexica en su gran ciudad de Tenochtitlan.

Así, el 30 de agosto de 711, Palenque parece haber sufrido un ataque de «guerra-estrella» —en la práctica una invasión— por parte de fuerzas de Toniná-Po’, capitaneadas por temerarios jefes militares con el rango de Yajawk’ahk’, quienes peleaban bajo las órdenes del Consejo de Po’, a nombre de su infantil rey K’inich Chuwaaj K’ahk’—entonces con cinco años de edad—. El resultado debió ser desastroso para K’an Joy Chitam II y su ciudad, pues Palenque-Lakamha’ parece haber sido saqueada y, en cierta medida, destruida. El propio rey de Palenque fue hecho prisionero, dotando con ello de inmensa gloria al rey enemigo, K’inich Chuwaaj K’ahk’, quien de inmediato ordenó a sus competentes escultores que lo retrataran en toda su desgracia, atado y reclinado en el suelo, aunque en un gesto de etiqueta militar, se le permitió al menos portar su diadema de jade —que le adorna a manera de corona—, su tocado de largas plumas de quetzal y su collar de cuentas. No así sus orejeras enjoyadas, que fueron reemplazadas cruelmente por tiras de papel enrojecidas por su propia sangre.

La captura de K’an Joy Chitam II, plasmada en el Monumento 122 de Toniná, Chiapas. Dibujo de Peter Mathews en CMHI Vol 6 Part 3.

De alguna forma, sin embargo, el Consejo de Gobierno de Toniná-Po’ mostró su gran sentido práctico, al tomar la decisión de mantener con vida a su enemigo K’an Joy Chitam II. Incluso se le permitió regresar a Palenque-Lakamha’, aunque seguramente bajo un alto precio: subordinación, múltiples obligaciones tributarias, amplias concesiones territoriales y ventajas comerciales. Ello explicaría la prosperidad de que disfrutaría Toniná durante los años venideros, en abierto contraste con el bajo perfil que mantendría Palenque durante el mismo lapso. De cualquier forma, el arreglo que logró K’inich K’an Joy Chitam II no fue del todo desventajoso para su ciudad, pues al menos pudo dedicar parte de sus energías a continuar sus proyectos constructivos.

Esa misma época registra actividad en Piedras Negras, donde el rey K’inich Yo’nal Ahk II solía celebrar cada intervalo calendárico de ho’tuun (5 x 360 días) mediante la dedicación de sofisticados monumentos, al tiempo que su esposa Winikhaab’ Ajaw cobraba una prominencia sólo equiparable a la de otras grandes damas del mundo maya —como la señora Wak Chan Lem de Dos Pilas—. A fin de dejar testimonio sobre su creciente influencia en el trono, hacia 711 se mandaría retratar en dos magníficas estelas. No contenta con ello —y en pos de afianzar la posición futura de su propio linaje— se hizo acompañar en uno de estos retratos por su pequeña hija de tres años, la princesa Ju’ntahn Ahk (‘Querida Tortuga’). Sin embargo, poco después, su esposo K’inich Yo’nal Ahk II adoptaría una nueva estrategia, a todas luces arriesgada, que le llevaría a entablar contactos de algún tipo con su otrora gran rival de Palenque, donde K’inich K’an Joy Chitam II aún luchaba por recuperarse de su desastrosa derrota ante Toniná. Así, en julio de 714, K’inich K’an Joy Chitam II y el glifo emblema de B’aakal fueron plasmados en la Estela 8 de Piedras Negras, lo cual brinda testimonio sobre ciertas relaciones políticas entre ambos centros, tradicionalmente rivales.

Mientras tanto, el reino de Ak’e’ y su gobernante «Etz’nab’-Mandíbula» honraban aún su pacto ante Toniná, al refrendarse en 715 como «vasallos de K’inich B’aaknal Chaahk» —aunque este rey había muerto años atrás— y por extensión del joven rey K’inich Chuwaaj K’ahk’, según consta en una columna que hoy se exhibe en el Museo de St. Louis, EE.UU. Sin embargo, el joven rey de Toniná no parece haber logrado mantener por mucho tiempo su control sobre tan distante región, circunstancia que aprovecharía el rey de Saktz’i’, K’ab’ Chante’ III, al supervisar en 717 la entronización de un nuevo gobernante en el cercano sitio de Lacanjá-Xukalnaah. Para entonces, Toniná parecía más preocupada por sus propios asuntos internos, pues ese mismo año de 717 muere K’elen Hix, sacerdote principal del Consejo de Po’, tras lo cual serían otorgadas mayores facultades a Aj Ch’aaj Naah, al tiempo que se elevó a otro noble, llamado Yaxuun B’ahlam, aunque el propio rey K’inich Chuwaaj K’ahk’ no tardaría en convertirse en un adulto, ávido de emular las proezas bélicas de su predecesor en el trono.

En algún momento de su reinado (entre 716 y 723), K’inich Chuwaaj K’ahk’ emprendió otra ambiciosa campaña militar, durante la cual lograría capturar inclusive a un guerrero de la dinastía de la serpiente, procedente de Calakmul-Chihknaahb’. Si alguna vez hubo contactos diplomáticos entre Toniná y esta poderosa ciudad, resulta claro que para este momento eran antagonistas. También capturó a un Ajaw del sitio de Yomoop —probablemente las ruinas de El Palma—. Indicios como este nos revelan que la dinastía de la serpiente todavía mantenía ciertos intereses en la región occidental, seguramente en complicidad con su aliado de Piedras Negras y otros centros relativamente menores, como pudo haber sido Yomoop.

Regresando a los asuntos de Palenque, en noviembre de 718, K’inich K’an Joy Chitam II supervisa el ascenso al poder de un noble del sitio de K’an Tok, llamado Janaahb’ Ajaw —posiblemente un sobrino suyo y nieto de su ilustre padre K’inich Janaahb’ Pakal—. Dos años después, en agosto de 720, concluye la construcción de la magnífica casa A-D de El Palacio. Carecemos de registros sobre la fecha de su muerte. Existe evidencia en el Templo XVIII acerca de que su padre K’inich Janaahb’ Pakal había predispuesto que le sucedieran sus tres hijos varones, de mayor a menor, según lo cual le tocaría el turno al menor de ellos, llamado Tiwohl Chan Mat, aunque desafortunadamente había fallecido en 680. Lo cierto es que ni K’inich Kaan B’ahlam II ni tampoco K’inich K’an Joy Chitam II tuvieron hijos varones a quienes transmitir el cargo. Ante tal situación, en enero de 722 Palenque quedaría en manos de K’inich Ahkul Mo’ Naahb’ III —hijo de Tiwohl Chan Mat y por ende nieto de K’inich Janaahb’ Pakal—. Su entronización quedó inmortalizada en el extraordinario grabado del llamado Tablero de los Esclavos, llamado así por el curioso banco sobre el cual se sienta el nuevo rey —que asemeja a dos enemigos capturados en incómoda postura— al tiempo que recibe de manos de su padre el prestigioso yelmo de mosaico teotihuacano ko’haw. En el otro extremo vemos a su madre —la señora Kinuuw Mat— procedente del sitio de Uxte’k’uuh y quizá de orígenes chontales, quien le entrega los emblemas del poder militar por excelencia: el pedernal y el escudo (took’ pakal). En un texto del Templo XXI, la señora Kinuuw Mat llama a su hijo afectuosamente «su favorito» (u-ju’ntahn). En un gesto de respeto hacia su padres, K’inich Ahkul Mo’ Naahb’ III parece haber mandado construir la cripta funeraria de ambos dentro del Templo XVIII —aunque hasta ahora no han sido halladas—. En la entrada del mismo, mandó grabar el nombre de Tiwohl Chan Mat en la jamba norte, mientras que en la jamba sur parece haber intentado vincular la figura de su madre con la mítica deidad progenitora Muwaan Mat, madre de los dioses GI, GII y GIII.

Para entonces, resulta claro que el gobierno de K’inich Chuwaaj K’ahk’ en Toniná había concluido desde algún tiempo atrás. De forma sorprendente, sus poderes parecen haber sido transferidos a una mujer —la señora K’awiil Kaan (serpiente de relámpago), quien ostentó el título real de «señora divina de Po’», aunque su gobierno —si es que lo hubo como tal— debió ser corto, ya que su muerte fue registrada en abril de 722. Le sucedería K’inich Yihch’aak Chapaht (‘Resplandeciente Garra de Ciempiés’), quien toma las riendas del trono de Toniná-Po’ en noviembre de 723, a la sazón con catorce años de edad. Fue hijo de otra señora de alto rango, llamada Winik Timak K’awiil. Sus vínculos con su ilustre predecesor, K’inich B’aaknal Chaahk, debieron ser estrechos —pudo ser hijo suyo— pues le rinde culto mediante un ritual de ‘entrada de fuego’ (ochi k’ahk’) celebrado en su tumba, cuidadosamente sincronizado para coincidir con el 42° aniversario de su entronización (en un día 5 Eb’), según consta en un magnífico altar circular de piedra. K’inich Yihch’aak Chapaht mandaría esculpir una gran cantidad de monumentos, incluyendo un enigmático panel que muestra una escena de juego de pelota —seguramente retrospectiva— entre el difunto K’inich B’aaknal Chaahk y un inesperado contrincante invitado, quizá el propio rey contemporáneo de Calakmul, Yuhkno’m Took’ K’awiil. ¿Acaso un torneo diplomático en medio de la rivalidad imperante? Resulta difícil decirlo; lo cierto es que K’inich Yihch’aak Chapaht parece haber sido un líder que restituyó a Toniná parte de su gloria anterior, atribuyéndose el título de máxima jerarquía —kalo ’mte’—, al tiempo que los escultores de su corte real plasmaban algunos términos en lengua tzeltalana, quizá enfatizando con ello su propia identidad étnica.

Sin duda, los fuertes cambios por los que Toniná-Po’ atravesaba entonces debieron brindar a Palenque-Lakamha’ un respiro, amén de un relativamente mayor margen de maniobra, ya que como consecuencia de ello Toniná debió relajar en cierto grado la excesiva vigilancia que mantenía sobre su principal enemigo. Prueba de ello es que en junio de 723, K’inich Ahkul Mo’ Naahb’ III designa como su nuevo capitán militar a Chak Suutz’ (‘Murciélago Rojo’). Tan sólo dos años más tarde, en mayo del 725, retomaría sus ambiciosos planes —largamente pospuestos— respecto a hacerse con el control de regiones ubicadas al sur, a orillas del Alto Usumacinta. Envía entonces a su ejército —bajo el competente mando de Chak Suutz’ —a enfrentarse contra fuerzas de Piedras Negras, a las que logra derrotar, al tiempo que captura a un noble de K’ihna’, junto con el propio sajal o vasallo del rey Yo’nal Ahk II (llamado Ni Sak Kamay). Al parecer, Chak Suutz’ saqueó y destruyó K’ihna’, nombre que podría aludir a un sector del propio sitio de Piedras Negras o bien a un asentamiento en la periferia.

Extrañamente, el costo de esta derrota no parece haber sido tan alto para Piedras Negras, pues en el 726 K’inich Yo’nal Ahk III claramente había recuperado fuerzas suficientes para atacar exitosamente Yaxchilán, sitio que para entonces apenas comenzaba a emerger de un prolongado letargo. Durante el combate logra capturar a un vasallo —o sajal— del rey Kohkaaj B’ahlam III (Escudo Jaguar III), quien por su parte, estaba concentrado entonces en dedicar el Templo 23 para una de sus tres esposas, la señora K’ab’al Xook (‘Aleta de Tiburón’). En los tres umbrales de acceso a este templo mandó colocar otros tantos dinteles de piedra caliza, grabados con destreza artística tan extraordinaria que su descubridor moderno, el célebre explorador Alfred P. Maudslay, no resistió la tentación de trasladar dos de ellos a Londres, donde hoy se exhiben. Casi simultáneamente a este ataque, aunque a doscientos ochenta y un kilómetros de allí, sabemos que Comalcalco seguía bajo el control de una rama del linaje de B’aakal —impuesta tiempo atrás por B’ahlam Ajaw de Tortuguero— ya que en abril de 726 el rey local K’inich Ohl dedica una inscripción de ladrillo en el Templo 1.

Dintel 24 de Yaxchilán, Chiapas (709 d. C.). Muestra al rey Kohkaaj B’ahlam III iluminando con una antorcha el ritual de autosacrificio que efectúa su esposa, Ix K’ab’al Xook, quien atraviesa su lengua con una cuerda repleta de espinas. Dibujo de John Montgomery.

No mucho tiempo después, el rey de Piedras Negras —Yo’nal Ahk II— intentaría profundizar sus avances diplomáticos con Palenque, e inclusive parece haber tomado como su nueva esposa a una princesa de B’aakal. Sin embargo, cualesquiera hayan sido los objetivos políticos de esta estrategia diplomática, carecerían de suficiente tiempo para cristalizar, pues K’inich Yo’nal Ahk III moriría tres años después, en julio de 729. Su probable tumba fue encontrada por los arqueólogos en el interior de la Estructura J-5 de la Acrópolis Oeste. Ese mismo año, en noviembre, a la edad de veintisiete años, ascendería el siguiente rey, cuyo nombre resulta aún difícil de leer, por lo cual se le refiere como el «Gobernante 4» (en realidad el octavo de los reyes conocidos).

Pero las campañas militares de Palenque todavía no concluían. Según Dmitri Beliaev, en 728 Chak Suutz’ vuelve a triunfar, esta vez capturando a tres señores de sitios poco conocidos —uno de ellos quizá llamado Ta’ Chich—. En mayo de 729, su ejército destruiría un sitio menor llamado Koko’l. Sin embargo, el avance de Chak Suutz’ dentro de su área de influencia debió provocar la cólera del rey Kohkaaj B’ahlam III de Yaxchilán, pues en julio del 729 reacciona lanzando un ataque contra el sitio de Lacanjá (Xukalnaaj), tras el cual captura al señor local Aj Popol Chay. Aunque Chak Suutz’ deseaba tener la última palabra, y en septiembre de ese mismo año, parece derrotar a un sitio desconocido llamado Atuun, dentro de el área de Ak’e’-Bonampak. Posiblemente la intención detrás de estos ataques múltiples de Palenque fue arrebatar el control regional a la ciudad de Saktz’i’ (‘Perro Blanco’), aunque no le resultaría fácil, pues Yaxchilán deseaba recuperar un papel protagonista en el Alto Usumacinta.

Unos treinta y tres kilómetros río arriba desde Yaxchilán, se encontraba uno de los sitios satélites de Piedras Negras, llamado antiguamente Yaxniil —conocido hoy como El Cayo—. Allí, el experto australiano Peter Mathews pudo descubrir un asombroso altar circular que celebra el final de período de 9.15.0.0.0 (22 de agosto de 731), comisionado por un sajal o vasallo del Gobernante 4 llamado Aj Chak Wahyib’ K’utiim —de sesenta y siete años de edad y rasgos étnicos posiblemente chontales—. Para el ritual hubo de ofrendar su propia sangre, arrojándola a la base de un ardiente plato sacrificial colocado sobre una mesa de piedra, según grabaron permanentemente en la roca artistas de destreza propia de sitios mucho mayores.

A partir del 732, el longevo rey Kohkaaj B’ahlam III de Yaxchilán —a la sazón con cincuenta y un años en el poder y casi un octogenario— decide por fin acudir a su cita con la historia. Emprende entonces una nueva campaña militar en pos de intereses suyos hacia el oriente, lo cual le lleva a enfrascarse en una confrontación contra Zapote Bobal, gobernado por los reyes de Hix Witz (‘Montaña Jaguar’). El crédito de la victoria sería suyo, pese a su avanzada edad, aunque en realidad debieron ser sus aguerridos capitanes quienes lograrían capturar a un señor enemigo. A continuación, ordenó erigir el Templo 44 de la Acrópolis, en cuyos tres dinteles hace un recuento detallado de sus conquistas. Políticamente, el saldo de sus campañas militares permitió a Yaxchilán tejer en torno suyo una red de sitios satélites, donde instalaría a sus incondicionales como gobernantes subsidiarios (sajalo’ob’). Tal red incluyó Dos Caobas, unos quince kilómetros río arriba; el centro fortificado de La Pasadita, en la orilla opuesta del río; además de una región veinte kilómetros al norte, donde se hallaba el sitio de Chicozapote, muy cerca de El Cayo (Yaxniiil), es decir, hasta la frontera misma de la órbita política de su gran rival Piedras Negras.

En Palenque, durante la época de K’inich Ahkul Mo’ Naahb’ III, fue dedicada la impresionante plataforma del Templo XIX, con su intrincado texto que narra eventos míticos previos a la creación del cosmos actual —incluyendo la decapitación del gran lagarto que propició un Diluvio— y termina por vincular al propio rey de Palenque con el dios GI, mostrándolo ataviado como la encarnación de tal deidad. K’inich Ahkul Mo’ Naahb’ III también supervisó importantes remodelaciones a los templos XVIII y XXI. Para entonces, la influencia chontal en diversas partes del mundo maya parece expandirse rápidamente, y la corte de Palenque bien pudo haber albergado a un cierto número de chontales, pues al tío materno de K’inich Ahkul Mo’ Naahb’III le fue conferido el alto rango sacerdotal de Ajk’uhu’n, mientras que en enero del 734 Ahkul Mo’ Naahb’ manda consagrar el Templo XIX —dedicado al dios GI— auxiliado por otro alto funcionario originario de Uxte’k’uh, llamado Salaj B’alu’n Okib’.

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