Los Mayas

El hiatus de Tikal

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¿Cómo es posible que una ciudad de la magnitud de Tikal haya podido caer de forma tan estrepitosa? Parece haber al menos dos buenas respuestas. La primera nos exige viajar más de mil kilómetros hacia el oriente, hasta Teotihuacán, donde por alguna razón, el poderoso linaje instaurado por Búho Lanzadardos parece haber llegado a un abrupto final —según indican las claras señales de destrucción e incendios descubiertas en el Templo de la Serpiente Emplumada—. Parece haber ocurrido allí un drástico cambio de poderes, que sin duda tendría profundas repercusiones en el resto de Mesoamérica. Bajo el nuevo statu quo, Tikal habría perdido de facto su principal soporte político-militar, mermando con ello su aura de invulnerabilidad y poderío transregional —ante los ojos de antiguos aliados y nuevos rivales—. En la cerámica de Tikal, tales cambios parecen reflejarse en el advenimiento de la fase Manik 3 mencionada antes, que data de entre 490 y 550 y se caracteriza por la virtual desaparición de las llamadas «influencias externas», anteriormente dominantes.

La segunda respuesta —para muchos la más importante—también nos incita a viajar lejos de Tikal, esta vez casi ciento setenta kilómetros al noreste, hasta lo que es hoy el estado mexicano de Quintana Roo, donde los temibles reyes de la dinastía de la serpiente (Kaanu’ul) habían comenzado a dar rienda suelta a sus ambiciones expansionistas. Para dar una idea de las redes políticas que esta dinastía comenzaba a entretejer, en 537 un vasallo del rey serpiente K’altuun Hix es capturado por las huestes de Cielo Partido (Yaxchilán o El Zotz’), más de doscientos noventa y dos kilómetros al occidente de Dzibanché. Los motivos que le llevaron allí sólo podemos imaginarlos, aunque esto sería sólo el principio, pues pronto comenzarían a dar mayores muestras de su creciente poderío. De acuerdo con Simon Martin, hacia el año 520, los reyes de la serpiente se involucran por primera vez en los asuntos del Petén central, al enviar a la primera de una serie de mujeres de la dinastía de la serpiente —la señora Naah Ek’, al parecer hija de K’altuun Hix— para casarse con reyes como el que entonces gobernaba el sitio de La Corona (antiguamente llamado Saknikte’, «Flor Blanca»), sellando mediante tal «matrimonio político» una alianza que a la postre perduraría durante siglos y resultaría crucial. Posteriormente, en una fecha cercana a 534, parece haber tenido lugar la primera de múltiples escaramuzas que protagonizarían las fuerzas de la dinastía de la serpiente contra las de Mutu’ul-Tikal. La finalidad de Kaanu’ul en esta ocasión parece haber sido arrebatar a Tikal el control de Caracol, aunque todo indica que, tras el fragor de la batalla, el rey local K’an I se mantendría aún como leal vasallo (yajaw) del irascible Wak Chan K’awiil de Mutu’ul.

Sin embargo, este choque inicial no haría sino exacerbar la ambición de Kaanu’ul por hacerse del control de esta región. En 546 el propio K’altuun Hix supervisa directamente la ascensión al trono de Aj Wosal, en Naranjo —antiguamente llamado Wakab’nal, previamente aliado de Tikal—, atrayendo así a otro sitio importante bajo su control, a expensas de Mutu’ul. Sin duda, la incursión directa de un rey de la dinastía de la serpiente en territorios que Tikal consideraba dentro de su esfera de influencia debió encolerizar a Wak Chan K’awiil, ya que comenzó entonces una verdadera contienda por hacerse con el control de esta porción oriental del Petén. Así, en el año de 553 tuvo lugar la entronización de Yajawte’ K’inich II en Caracol —llamado antiguamente Uxwitza’, que significa ‘Agua de Tres Montañas’—bajo la supervisión directa de Wak Chan K’awiil. Cuatro años más tarde, Wak Chan K’awiil celebraría el final de k’atun de 9.6.0.0.0 (22 de marzo de 554), sin advertir que una oscura sombra se cernía sobre él y su gran capital del corazón del Petén.

La alianza Tikal-Caracol no estaba destinada a perdurar. Algo que se nos escapa debió ocurrir entonces, ya que por alguna razón, en 556 Tikal decidió volcar su ira contra su nuevo aliado Yajawte’ K’inich II. Uno de los escenarios más plausibles plantea que la influencia de Testigo del Cielo y la dinastía de la serpiente en la región resultó una prueba demasiado difícil de superar para la lealtad de Caracol. Eventualmente, su rey Yajawte’ K’inich II habría cedido ante las apremiantes promesas —o amenazas —de Kaanu’ul, volteando la espalda a su alianza con Tikal, quizá en pos de su propia supervivencia. Ello explicaría por qué, de sentirse traicionado, Wak Chan K’awiil no dudaría en atacar Caracol como lo hizo. De algún modo, Yajawte’ K’inich II lograría sobrevivir al ataque. Desde entonces, ávido de vengar la afrenta, el rey de Caracol se sometería a los designios del poderoso Testigo del Cielo, y muy pronto ambos comenzarían a prepararse intensamente para llevar a la práctica sus planes conjuntos en contra de Tikal.

A partir de allí, la situación política no hizo sino deteriorarse cada vez más, hasta que seis años después, en 562, los peores temores de Wak Chan K’awiil se volverían realidad, cuando sobrevino por primera vez en la historia un fulminante ataque del tipo «guerraestrella» —llamado así por la apariencia de los glifos que lo describen— que no pocas veces implica consecuencias catastróficas para el destinatario, seguidas en ocasiones por períodos de «silencio», durante los cuales el sitio derrotado súbitamente deja de producir registros escritos por algún tiempo. Mientras que para los romanos el dios de la guerra fue Marte, hijo de Júpiter —el Ares del mundo helénico—los mayas parecen haber sincronizado en cierta medida algunas de sus batallas más importantes con las evoluciones del planeta Venus en el firmamento, particularmente durante momentos clave de su ciclo de quinientos ochenta y cuatro días, como sus períodos de salida heliacal y sus conjunciones superior e inferior. La primera de las épicas «guerras-estrella» que protagonizaron los reyes de la serpiente y los de Tikal no sería la excepción.

El nombre jeroglífico del rey Yuhkno’m Uhut Chan (‘Testigo del Cielo’) seguido del emblema de la dinastía de la serpiente, esculpidos en la Estela 3 de Caracol. Dibujo de Linda Schele.

La derrota fue devastadora. Wak Chan K’awiil debió ser a todas luces asesinado, pues no vuelve a ser mencionado. El centro de su ciudad posiblemente fue saqueado e intencionalmente destruido, y la línea de sucesión paterna de su linaje parece haberse roto. Así, la gloria de los grandes reyes de Mutu’ul se extinguió, y la otrora gran ciudad se sumió en una era de tinieblas —un hiato— de la cual tardaría ciento treinta años en salir. Lo que ocurrió en este lapso a duras penas podemos atisbarlo, ante la súbita ausencia de todo registro escrito en los monumentos —o fragmentos de escultura—. Entre lo poco que ha podido sacarse en claro, gracias en parte a una serie de vasijas policromas, sabemos que en algún momento después de 562 asume el poder el vigésimo segundo gobernante, apodado como «Calavera de Animal» —ante las dificultades para descifrar su verdadero nombre— quien quizá habría muerto poco antes de 613. Parece haber pertenecido a otra línea de sucesión, pues lejos de reiterar sus vínculos con los teotihuacanos, enfatizó su filiación con la rama dinástica de los mitos fundacionales. En forma más explícita, exalta su descendencia materna, como hijo de una señora foránea llamada Yal Chan Ajaw, de un desconocido sitio llamado simplemente B’ahlam (Jaguar). El descubrimiento de su tumba —el Entierro 195 en el interior del Templo 32 de la acrópolis norte— también arrojó resultados interesantes. Su cuerpo amortajado fue encontrado flanqueado por cuatro magníficas efigies de madera bellamente pintadas del dios relámpago K’awiil. Más aún, una vasija descubierta allí menciona al linaje de Caracol —llamado antiguamente K’antumaak— . Esta evidencia favorece uno de los escenarios posibles: tras la batalla de 562, la alianza triunfante de Kaanu’ul y Caracol pudo haber instaurado en Tikal a un gobernante afín a sus propios intereses —foráneo en gran medida al linaje de Tikal—, aunque también debemos considerar los vínculos de Calavera de Animal con el sitio de Altar de Sacrificios, en el Petexbatún, donde el rey local parece haber sido su hijo y se refiere a él en 628.

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